La revolución ética de López Obrador en peligro

Hay que tomar en cuenta que, la acumulación y agudización de las contradicciones económicas y sociales en México, posibilitaron el surgimiento de una figura histórica, la de Andrés Manuel López Obrador; pero también hicieron posible su arribo al poder.

No es una revolución armada ni de una revolución marxista, tampoco se trata del “socialismo del Siglo XXI”, sólo es una revolución moral, una revolución ética que apenas comienzan así la definió el presidente, y ya está en peligro de perecer frente a la contrarrevolución que se gesta dentro de sus propias filas. El presidente Andrés Manuel López Obrador creó el Movimiento de Regeneración Nacional (MORENA), no un partido político, y a él se unieron fuerzas políticas provenientes de diferentes partidos y corrientes, nacionalistas la mayoría de ellas, opuestas al sistema, al régimen, que ha prevalecido en México durante décadas; sin embargo, en la medida en que el ejercicio de gobernar avanza surgen nuevas contradicciones que amenazan con decantar el gobierno y el Movimiento que le dio origen.

Hay que tomar en cuenta que, la acumulación y agudización de las contradicciones económicas y sociales en México, posibilitaron el surgimiento de una figura histórica, la de Andrés Manuel López Obrador; pero también hicieron posible su arribo al poder. Son esas mismas contradicciones las que en cualquier sociedad hacen posible una revolución social, el cambio vertiginoso de una situación de la sociedad y de la economía a otro mejor estado, a fin de solucionar esas contradicciones y posibilitar el desarrollo de las fuerzas productivas de la sociedad, frenadas por relaciones sociales de producción anticuadas que impiden su desarrollo; lo que implica cambiar las reglas que rigen el funcionamiento de la economía y la sociedad, para liberar el potencial de las fuerzas productivas, impulsar el crecimiento de la economía y satisfacer las necesidades de los individuos.

Sin embargo, la revolución moral que lidera el presidente Andrés Manuel López Obrador necesita más que su convicción y la de su gabinete para avanzar. Los cambios que pretende efectuar el presidente con sus políticas, requieren de hombres y mujeres convencidos capaces de ponerlas en acción y materializarlos; lo cual no es evidente, si consideramos que cientos y mujeres que han trabajado dentro del gobierno federal durante años, de sexenio en sexenio, con gobiernos del PRI o del PAN, continúan en posiciones estratégicas de dirección en el gobierno de MORENA o que muchos funcionarios encontraron, en el último minuto, la forma de incorporarse al equipo de transición y luego al gobierno, sin convicciones que no fueran las de poder obtener una posición de poder y un salario suficientemente decoroso.

Precisamente, este tipo de funcionarios, sin convicciones, sin visión y sin compromiso con el cambio que promueve el presidente y su equipo, otro que no sea el de administrar las cosas, el de evitar enfrentamientos, el de no provocar fricciones, para conservar sus puestos y dejar que el tiempo avance, para cobrar mes a mes sus salarios y mantener sus posiciones, haciendo malabares y mantenerse sobre la cuerda floja, son los que obstruyen hoy el avance de la revolución ética, la revolución moral prometida por el presidente y en su interior, poco a poco acuñan la fuente de la contrarrevolución en proceso de gestación.

En el aparato del Estado, los operadores de él, no saben hacer otra cosa que lo que han hecho durante años, no tienen la visión del presidente ni la de sus secretarios, porque en esencia, sólo son operadores de la maquinaria de un Estado anquilosado durante décadas; la cual, en las últimas dos décadas ha venido simulando jugar a la democracia y a la transparencia, frente a un pueblo relegado del ejercicio del poder. La simulación, es la mejor divisa y la semilla de la contrarrevolución de una revolución moral que apenas se dibuja, después de 171 días de gobierno.

El Estado no ha dejado de funcionar un solo instante y está operando bajos las mismas reglas en que lo ha hecho durante años, bajo los mismos sistemas y normas; hasta podría decirse que bajo los mismos conceptos de las relaciones políticas entre los que los dirigen. No ha surgido un nuevo Estado producto de una revolución ética en marcha, se trata de las mismas instituciones, de las viejas reglas y hasta de los mismos hombres que ha operado el sistema; de los mismos comportamientos de los individuos que se han ido reproduciendo dentro del sistema, de las mismas intrigas conocidas por los operadores del aparato; porque quienes tienen una visión revolucionaria de la sociedad resultan demasiado peligrosos para conservarlos en las estructuras, demasiado peligrosos para los intereses que aún se amasan dentro de sus estructuras; para los que, desoyendo al presidente y sus filosofía, aún esperan sacar provecho de sus posiciones para amasar alguna fortuna o, al menos, conquistar un poco de poder de cara a un nuevo sexenio de gobierno de Morena.

Pero lo cierto de todo esto es que, el presidente podría estar sólo con un puñado de leales defensores de su proyecto en el corto tiempo. Es probable que, en la medida en que la revolución moral, y ética, que impulsa el presidente se profundice, y que las contradicciones entre quienes la apoyan y la obstruyan, se agudicen, su equipo se irá decantando, dejando a un lado a quienes quieren sobrevivir en la simulación perpetua que la obstruye y desprestigia con su actuación, con sus posiciones y poses infundadas, con la mediocridad de su actuación diaria y sus intrigas, armadas en la comodidad de sus oficinas gubernamentales, rodeados de empleados públicos tratados como sirvientes personales.

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