Home Nuestra Palabra Prisciliano Gutiérrez LA REPRESENTACIÓN POLÍTICA

LA REPRESENTACIÓN POLÍTICA

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“Somos pocos, pero eso sí,

muy representativos”. 

Sofisma electorero.

 

Jacobo Zabludovsky atribuye a Gabriel García Márquez la siguiente frase: “escribir es quitarle a la realidad lo que le sobra”.  Me permito cometer el sacrilegio de disentir. Más bien considero, es ponerle a la realidad lo que le falta.

 

Después de lecturas en relación con el tema, en no pocas ocasiones he realizado esfuerzos para imaginar, como si mi mente fuera un cinematógrafo, escenas en las cuales el Ágora griega aparece repleta de ciudadanos quienes, después de escuchar a los más connotados oradoresindividualiza, con convencimiento, un acuerdo de asamblea al escribir en sendas ostras el nombre de aquel que, por mandato altamente democrático, acataba su condena al destierro (ostracismo), en protección de la República.  Impresionantes debieron ser los acuerdos “a mano alzada” para sancionar los temas más trascendentes.

 

Las mismas escenas, pero en universos más jurídicos, se recrean al evocar a la Roma clásica.  Ahí donde se confrontaban violentamente en la tribuna, Marco Tulio Cicerón y su eterno adversario, Catilina.  De un discurso, de una votación, de una colectiva convicción democrática, dependía el futuro; la vida de miles de ciudadanos.  Aquello era la democracia directa, en todo su esplendor.

 

Después, el crecimiento poblacional, la multiplicación de ciudadanos con derecho a voz y voto, tornó obsoletos los procedimientos democráticos vigentes: No habría recinto que reuniera las condiciones necesarias para el óptimo funcionamiento de una asamblea y sus necesarias votaciones (tamaño, visibilidad, acústica, etcétera).  Hubo, por tanto necesidad de recurrir a una nueva modalidad democrática: La Representación.

 

Pocas palabras hay en el idioma español que puedan que tengan tantos significados como ésta: se puede representar una obra de teatro; una empresa; un artista o personaje de la farándula; una idea numérica; un personaje, un cargo público; una edad o estado mental; una función de Gobierno republicano, en los poderes Ejecutivo o Legislativo; etcétera.

 

Con la misma amplitud en sus contenidos, se da la representación política.

 

“Es voluntad del pueblo mexicano, constituirse en una república representativa, democrática, federal…”  Reza el artículo 40 de nuestra Constitución.  La representatividad formal  pasa por los partidos políticos y por las urnas electorales.  En otros matices y niveles se juega con este concepto. Su sentido pragmático, suele llegar a situacionesgrotescas.  Me explico:

 

Cuando un voto deja de ser acto personalísimo; estricta expresión de libre albedrío, para trasladarse a grupos o corporaciones que tienen intereses colectivos, los dirigentes pueden negociar el sentido de un sufragio. En virtud de compromisos previamente adquiridos, estas transacciones son proclives a la falacia, al engaño, al fraude…  Todo eso y más puede ser el voto corporativo.  Similar es el que se induce por conducto de los medios y otros sofisticados instrumentos de comunicación, que la modernidad, superficial, ha puesto de moda.

 

En este escenario, algunos resquicios de democracia directa sobreviven. Pequeñas células, dan sustento y base a todo el sistema; por ejemplo, los jefes de grupo y sociedades de alumnos, en algunas escuelas superiores (ninguna, se encuentra totalmente al margen de la organización mafiosa), los comisariados ejidales, las dirigencias gremiales, las asociaciones de empresarios, las organizaciones de oficios varios, cuya elección de dirigentes, en sus más pequeñas células, todavía puede realizarse de manera directa. Este mismo método, en grandes multitudes, sería una monumental demagogia. Puntos intermedios son las recientes herramientas cibernéticas que se utilizan, por ejemplo, en los congresos legislativos del mundo.

 

Aunque la estadística es un utensilio de cierta confiabilidad técnica para detectar mayorías y minorías, en el terreno político, los factores humanos inciden más que los fríos números: falsas percepciones, elevada autoestima, ganas de creer, confianza extrema en los votos cautivos y una serie de factores más, hacen que los procesos de selección de candidatos, los diagnósticos y los pronósticos, se compliquen. La representatividad, como base de la organización política, puede caer en simulación, la falacia, la negociación con expectativas a futuro, la deslealtad y todos los matices del fraude.

 

Cualquier hijo de vecino puede afirmar: “todo el pueblo está conmigo”; “el pueblo está muy disgustado”; “el pueblo así lo quiere”; “la mayoría del pueblo no quiere a tal partido o personaje”…  Aunque tal catálogo de argumentos debería rematar diciendo: “El pueblo soy yo”.

 

Los mesianismos son formas extremas de representatividad.  De pronto a un iluminado se le ocurre atacar al sistema y al país, generalmente en alianza con grandes capitales para intentar una y otra vez, sin éxito, alcanzar la Presidencia de la República.  Paradójicamente, ni logra su objetivo, ni pierde su base social.  Alegar fraude es su transexenal “modus vivendi”.

 

A la misma especie, pero a diferente género, pertenecen algunos periodistas nacionales, extranjeros, similares y conexos, quienes sin más credenciales que sus méritos profesionales, o su estudiada condición de víctimas, se sienten con derecho de exigir la renuncia de un Mandatario legal y legítimamente electo.  Se sienten supremos representantes de un pueblo al que desconocen y ofenden.