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La recompensa

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LA GENTE CUENTA

-Oye, mami, tengo algo raro en mi boca…
    El pequeño Toño se tocaba uno de sus dientes con insistencia, tras morder una manzana. Su madre dejó por un momento su laptop y su trabajo para analizar con detalle el problema.
    -Ay, mi amor. Ya se te va a caer un diente.
    -¿Me va a doler? –preguntó, con cierto temor.
    -No, mi amor. A menos que lo estés tocando a cada rato. ¿Sabes algo? –la mujer lleva a su hijo hacia la sala para explicarle-. Dicen que si se te cae tu diente sin que lo agarres, viene el Ratón Pérez a dejarte una recompensa.
    -¿De verdad, mami?
    -Te lo juro. Solo es cuestión de esperar. Ya lo verás.
    En el transcurso de la semana, Toño se miraba al espejo cada mañana, con la esperanza de poder ver el momento en que su diente caería y poder tener la recompensa de la que hablaba su madre. No no encontraba resultados.
    -Oye, Luisito, ¿es cierto que si se te caen los dientes viene el Ratón Pérez?
    Era hora del recreo. Toño estaba sentado en una de las bancas junto con su mejor amigo, mientras comían un sándwich de jamón.
    -Deveras. Cuando estaba más chiquito, se me cayó uno de enfrente. Lo puse en mi cama y me dormí. Y cuando desperté, había como 10 pesos abajo.
    -Pero a mí no se me cae. Dice mi mamá que tengo que esperar.
    Luis se puso a pensar por un momento. Un juego de fútbol le dio una idea.
    -¡Ya sé que hacer! Vamos con los de sexto para que nos presten tantito su pelota.
    Cuando los niños del sexto grado terminaron de jugar, Luis les pidió el balón, puso a Toño como portero, y se colocó justo en el manchón penal.
    -No te muevas, eh. O si no, no se te va a caer.
    Toño tragó saliva del temor de que algo saliera mal. Solo tenía que esperar el momento en que Luis tomara impulso, pateara el balón y… El tiro salió mal, rebotó una vez en uno de los postes para dar finalmente en su cara. Aunque el golpe no fue fuerte, lo dejó abrumado, y el diente aún en su lugar.
    Triste, Toño regresó a su casa, y en cuanto terminó de hacer su tarea, se puso a jugar en el jardín. Todo estaba bien, hasta que en una carrera imaginaria de caballos, no advirtió que una de sus agujetas estaba desamarrada. Cayó de bruces, y un pequeño riachuelo de sangre escurrió por su nariz.
    Sin embargo, su dolor se convirtió de pronto en alegría: el diente finalmente había caído. Lo lavó y lo puso debajo de su almohada en la hora de dormir, y al día siguiente encontró su recompensa: una bolsa llena de monedas de chocolate.