“LA PULGA”

Se acercaba el día en que “La Pulga” haría una pachanga de pelos. Iba a echar la casa por la ventana. La vecindad, del callejón de Manuel doblado, en el barrio de La Palma, quedó muy bien arreglada. La adornaron a toda madre. Los vecinos estaban listos para la gorra. La hija de “El Pulga”, “La Nena”, se casaba con “Goyo”, un albañil del barrio, hijo de don Pedro, el cantinero. “El Chacho” iba a hacer su primera comunión; presentaban en la iglesia, por sus tres años de vida, a “La Meche” y bautizaban a “El Pelón”, pero también era el cumpleaños de “La Pulga”.

Para padrino y compadre, habían invitado a Juan “”El Pulques”, un maestro en preparar curado. “La Pulga” tuvo que trabajar como pinche burro, durante mucho tiempo, para celebrar este acontecimiento. Su vieja le daba  de comer muchas tortillas a la puerca para que engordara, pues ese día le iban a dar en la madre para hacer las carnitas; y no se diga a las gallinas, para que soltaran un buen caldo. Como invitados de honor estaban el contratista de la mina, un gorrón de primera. A las fiestas llevaba a toda su familia, contando a sus suegros y yernos; el encargado de la mina, que hacía ayuno para no comer dos días y llegar a desquitarse; el celador, que chupaba a madres. Y algunos mineros que eran los compañeros de “La Pulga”. Diario le preguntaban:

  • ¿Qué pasó, pinche “Pulga”, me vas a invitar a la pachanga?
  • Solamente que vayas de tacuche y lleves a tus hermanas.
  • ¿De tacuche? ¿A poco va a hacer la fiesta de categoría?.
  • Ahuevo, güey. Invité al presidente de la República, pero dijo que no podía venir hasta que los pinches diputados le dieran el sí en el programa energético, pero llegaba al recalentado.

Le dijo “El Chocolate”:

  • No mames, pinche “Pulga”. ¿Cómo es eso de que casamiento, primera comunión, presentación, bautizo y todavía tu cumpleaños?
  • No es culpa mía, hijo. Lo que pasa es que los pinches padrecitos, en la iglesia,  ya no quieren trabajar y hacen todo de un chingadazo, así reciben más lana, que uno por uno.

Pasó una semana, y por fin llegó la hora esperada por muchos. Comenzó la fiesta. “La Pulga” se veía chistoso de traje con zapatos de minero, de corbata de moño, que parecía gato de casa rica. “La Nena” huy, huy,huy, muy coloreteada, entró a la iglesia del brazo de su papá. Era la primera vez que se peinaba. “El Chacho” vestido de blanco, en la mano llevaba un rosario, en la otra una vela y el libro; se sentía la gran cosa estando junto a su madrina doña Petra, una vieja que re buena. “La Meche” parecía muñeca de pastel, con su vestido color de mamey, le pusieron una chalina, que parecía la hija de los peluches. El que no dejaba de chillar era “El Pelón”, que cuando lo bautizó el padre, al echarle el agua, dio un grito muy fuerte, que el acólito tiró el agua bendita.

Al terminar la ceremonia religiosa, un montón de grandes y chicos de la vecindad, esperaba con ansia, que el padrino les aventara el bolo y le decían que fuera mucho, porque si no el ahijado salía pedorro. Los invitados, cada uno buscaba la forma de irse y ganar lugar en la casa de “El Pulga”. Cuando llegaron apenas pudieron entrar, pues estaba hasta el tope. Mucho invitado. Habían contratado a don Trini, un músico clásico que con su violín trataba de lucirse tocando como chillido de mosca, pero nadie lo peló. Lo que pedían los invitados era que les sirvieran un aperitivo de tequila, para que no les diera chorrillo con las carnitas. Lo tomaban a discreción, le entraban al pulque con muchas ganas. La vieja de “El Pulga” y sus hijos, comadres, no se daba abasto en servir los platos de arroz, de mole y de carnitas.

Los que estaban con los padrinos en la mesa de honor, se hacían pendejos, y aunque les andaba del baño, no se paraban porque les ganaban su lugar. Algunos comían parados, con el plato en la mano. “El Pulga” le dijo a uno de sus compadres:

  • Discúlpeme, compadrito, pero no hay donde se siente, pero parado le cabe más.

“La Pulga” lo que tenía de chaparrito lo tenía de chupador; abría el hocico como pelícano y se aventaba las cubas de un jalón, parecía que estaba en concurso. Su vieja le fue a decir:

  • Ya llegó más gente, no van a alcázar la comida ni la bebida.
  • No te apendejes. Dile a Juancho que ponga el tocadiscos para que se paren a bailar y así dejen de chupar un rato.

Hicieron las mesas a un lado y comenzó la música, tocando danzones, que bailaban con sus viejas de cartón de cerveza; chachachá, y todo lo que les pusieran era bueno. Como ya estaban pedos, cada quien sacaba a relucir sus pasos de buen bailarín, que parecían títeres. La fiesta era una verdadera olla de grillos. Todos platicaban, cada loco con su tema, y se juntaban en bolitas escuchándose fuertes carcajadas. “El Pulga” se le escapaba a su vieja y se iba a chupar con sus cuates.

  • Órale, cabrones, a lo que venimos.
  • Salud. ¡Aguas! Hay viene tu vieja.
  • Déjala. Si me viene a interrumpir, tendré que desmadrarla públicamente. ¿Qué quieres?
  • Ya se van los novios.
  • ¿Y qué quieres, irte con ellos? Les vas a hacer mosca. Mejor quédate a chupar.
  • Se quieren despedir de ti.
  • Ahorita voy, vieja. Pero saluda a mis cuates, van a pensar que estudiaste en una escuela de gobierno.
  • Perdónenme, señores, pero como ando muy ocupada, pensé que ya los había saludado; pero están ustedes en su casa. Vente, viejo, vamos a despedir a los muchachos. Con su permiso.
  • Ahorita vengo, y nos aventamos una cruzada.

Los novios estaban en medio de mucha gente, bailando la víbora de la mar. Gritaban que aventara el ramo, después que le quitara la liga a la novia, y comenzaron a gritar:

  • ¡Arriba los novios! ¡Beso, beso!

“La Pulga” le dijo a su vieja:

  • ¿Ya escuchaste? Quieren que me des un beso.
  • Si no soy piedra.

La señora le dio la bendición a su hija y un abrazo a su yerno, y comenzó a llorar, lo que hizo enojar a “El Pulga”:

  • ¿Por qué chillas? Nada más se van de luna de miel y regresan a la casa.
  • Es que nunca me he separado de mi hija.
  • Siempre hay una primera vez. No vayas a hacer lo que hicieron tus padres: se pusieron necios, que los tuvimos que llevar a San Juan de los Lagos, pagándoles el viaje redondo. Adiós hijos, que les vaya bien.

Se escucharon aplausos y porras para los recién casados, y los fueron a dejar a la puerta de la vecindad. En la calle los esperaba don Beto con su carcacha para llevarlos a la Central de Autobuses. La fiesta siguió y todo era felicidad. Varias familias comenzaron a despedirse, ya pasaba de la medianoche. Otros invitados se quedaron dormidos de borrachos, en las mesas, y algunos yacían tendidos en el patio. Ya borracho, “El Pulga” se subió en un banco para agradecer a todos sus invitados y compadres por la fiesta, que había salido a toda madre, y les dijo:

  • Muchas gracias a todos, por haberme acompañado a mi fiesta, por desearle felicidad a mi hija, que va a formar su vida, ojalá y no le salga como la mía de jodida; a mi hijo, que recibió otro de los sacramentos al hacer su primera comunión; a mi hija, que me dio gusto presentarla en la iglesia en sus tres primaveras, y sobre todo a mis compadres y comadres, a mis jefes de la mina, a mis compañeros de trabajo, a mis vecinos, que siempre me han echado la mano con su amistad, y a mi vieja, que me ha aguantado muchos años de pobreza, unos días sin comer y uno que otro madrazo. Quiero que todos llenen sus vasos para decir salud por este día. Órale, vieja, no te hagas guaje.
  • Ya me la tomé.
  • Castigo por adelantarte. Todos con navajas nuevas. ¡Salud!

En esos momentos entró una pandilla llamada  “Los Piojos Duros”, pidiendo de tomar. Agarraban lo que encontraban, que estaba servido en la mesa. “El Pulga” les dijo:

  • Jóvenes, llegaron un poco tarde. La fiesta está por terminar y se acabó el chupe. Si gustan bailar, o comerse un taquito de lo que haya, con mucho gusto; y lo que les dije de bailar, lo tienen que hacer entre ustedes, porque no hay parejas.

Uno de los vagos le mentó la madre a “El Pulga”. Se armaron los madrazos, todos contra todos, quebrando lo que había en la mesa, golpearon a los invitados que quedaban, le pegaron a la vieja de “El Pulga” y se salieron. En el piso de la casa había mucha sangre, y todo tirado, parece que había pasado un huracán. Cuando todo estaba en calma, buscaron a “El Pulga” pero no lo encontraban. Su señora lloraba porque pensaba que a lo mejor se lo habían llevado, pero al recoger todos las mesas, las botellas y vasos rotos, al quitar una pesada banca, ahí estaba “El Pulga” apachurrado, lo habían matado. Su señora se volvió loca de dolor. Le gritaba muy fuerte en la oreja, que despertara; pero era demasiado tarde. Después de una gran fiesta, los que se habían ido regresaron, y los que estaban se quedaron pero al velorio.

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