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La promesa

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LA GENTE CUENTA

Mis pies colgaban de lo más alto de un muro, mirando el horizonte completo, mientras el sol agonizante iluminaba mi rostro lleno de ansiedad. ¿Estaba nervioso? Quizás no, o al menos, mis manos me delataban.
Un mar de pensamientos tormentosos rondaba mi cabeza, hasta que una vibración cerca de mi entrepierna me sacó de mi ensimismamiento.
-Hola, amor. ¿Cómo estás? –una voz dulce muy conocida habló por el auricular.
-Johana, qué sorpresa… –en realidad la fingí-. Estaba pensando precisamente en ti.
-Oye, qué lindo… Ya casi salgo de mi casa. ¿Dónde nos vemos?
-Pues, donde acordamos, en la estación del bus.
-Está bien. Allá te veo. Te amo.
Y en ese momento, el teléfono cerró comunicación con ella. Mis manos seguían cada vez más sudorosas, y con ello mi corazón me palpitaba fuerte.
Decidí bajarme de mi muro, encaminé hacia la estación del bus para encontrarme con ella, mientras que en mi mente ensayaba mi discurso cursi, aunque sincero, y me imaginaba como se darían las cosas.
Pero… no me sentía listo, entregarme en cuerpo, mente y corazón a la mujer que considero el amor de mi vida, parecía que era muy pronto, a pesar de que ya llevábamos más de un año dialogando sobre el tema, y concordamos que ya era tiempo. Hoy era el día.
-Ya te vi, amor –Johana salió de pronto, sin que evitara dar un salto por el susto-. Ya tenía muchas ganas de verte.
Acto seguido, mis labios y los de ella hicieron contacto, haciendo que mi cabeza, mi corazón, mis pulsaciones se sincronizaran con las de ella.
Me toma la mano para guiarme hacia un lugar que no era su casa. Era una especie de edificio muy bonito y no muy grande. Subimos por las escaleras hasta que llegamos a una de las puertas. Ella sacó unas llaves para abrirla.
-Oye, ¿dónde conseguiste esas llaves?
-Digamos que fue un favor. Y no preguntes –volvió a besarme, aunque de forma rápida.
En cuanto entramos, Johana se volvió para acercarse a mí.
-No sabes cómo esperé este momento. ¿Vas a hacer lo que me prometiste, que vas a estar conmigo y no me vas a lastimar?
Mi nerviosismo cayó en sus más bajos niveles, los ojos de ella me inspiraban confianza.
-Claro que sí.
La penumbra de aquella habitación fue el único testigo en aquella mecánica del amor, cuando ella y yo nos volvimos uno solo. Qué importaba el tiempo, nosotros vivíamos en la eternidad.