• Es un pueblo enclavado en la sierra de Tacotalpa, donde hombres y mujeres salen ataviados con tela de manta, sombreros, paliacates y faldas bordadas en colores intensos
Al ritmo de tambores, flautas, flores silvestres e incienso de copal, indígenas zoques realizaron una peregrinación entre la selva, ríos y cascadas, para entregar sus ofrendas a la Cueva de la Sardina, un festividad de origen prehispánico en la que piden a sus dioses abundantes cosechas, pesca y lluvias.
Sin embargo, la burocracia de las autoridades estatales y municipales casi frustran el rito, ante la falta de insumos para la elaboración del barbasco, mezcla elemental para la captura de las sardinas.
El rito considerado como “de fertilidad”, inició con una misa a las ocho de la mañana el Domingo de Ramos, donde los danzantes pidieron la bendición católica para arrancar su caminata hacia el parque de Villa Luz, hasta llegar a la gruta donde habita El Abuelo.
Es un pueblo enclavado en la sierra de Tacotalpa, donde hombres y mujeres salen ataviados con tela de manta, sombreros, paliacates y faldas bordadas en colores intensos, se trata de una celebración que marca el inicio de la Semana Santa.
Durante el peregrinar, los participantes avanzaron hacia las albercas naturales de azufre donde prepararon la poca cueza (tubérculo), tallándola sobre rocas volcánicas a orillas del río Oxolotán.
Cada uno portaba en sus manos un canasto de mutusay (bejuco) repleto de flores silvestres, velas, y los que alcanzaron, un envoltorio de hojas de platanillo con el barbasco que usarían para atrapar al diminuto pez.
El barbasco contiene Rotenona, toxina natural que inhibe el oxígeno en los tejidos ocasionando que los peces se “emborrachen” y floten vivos. La mezcla no representa peligro para el consumo humano ni resulta tóxico para los peces.