La pantalla blanca de sueños

La pantalla blanca de sueños

LAGUNA DE VOCES

Había visto siempre el mismo amanecer, la neblina en épocas de frío, la prisa de los automovilistas por dejar a sus hijos en la escuela, el espíritu suicida de algunos que desde hace mucho están condenados a una muerte violenta. Casi todos los días la escena se presentaba con puntualidad, sin asomo de alguna sorpresa. Hasta que una mañana las cosas cambiaron porque las nubes se quedaron a ras de suelo, tan densas que apenas permitían mirarse las manos a unos centímetros de la cara.

Pachuca no barría con sus bramidos de viento la sombra blanca que bajaba de Real del Monte, y eso resultó una novedad, una atracción incluso en los primeros meses en que se dejaron ver (es un decir) turistas de todas partes que disfrutaban andar a ciegas.

No era una noche eterna sino una blancura cegadora que además de los accidentes de tránsito, habituales con o sin falta de visibilidad, modificó las relaciones hurañas de los pachuqueños para hacerlas casi igual a los que habitan las costas, donde es una fiesta de voces y encuentros.

De alguna forma el no distinguirse, no estar alerta a que alguien reconociera al que a tientas tomaba un café con alguna desconocida o algún desconocido, creo de pronto lazos sinceros de amistad, muchos de amor plagados del romanticismo que solo puede provocar mirarse con el tacto de las manos.

Porque la neblina empezó a colarse al interior de las casas, oficinas, fábricas, restaurantes, bares, cantinas, mercados, escuelas, cines. Estos últimos, los cines, perdieron interés y cerraron al poco tiempo, porque la pantalla blanca de sueños estaba al alcance de cualquiera que tuviera un poco de imaginación y ganas de construir historias.

Quedó como única alternativa, además de huir a otro territorio, el sonido y el tacto como vías al reconocimiento. Surgieron los problemas obvios de que todos quisieran tocarse, pero finalmente se aceptó que era normal, siempre y cuando no hubiera doble intención al hacerlo.

La lista de amantes se elevó al infinito, porque nadie llega al amor más sincero si no hay de por medio la ceguera física, y a cambio se da la importancia que merece al abrazo, a los olores, la sincronía de los corazones que empezaron a identificarse con el ser amado a partir del ritmo con que caminaran.

Ojos que no ven, corazón que no siente, y fue así que los crímenes de índole pasional desaparecieron igual que un día se desataron con furia inaudita, pero como el criminal cobraba su afrenta con alguien que no conocía, finalmente apacentó la ira y supo real la oportunidad de unirse a la ciudad donde todos amaban con frenesí.

Cuando caía la noche sin embargo la neblina se disipaba un poco, para generar fantasmas que nunca permitían se distinguieran sus caras.

De algún modo todos estaban felices. Era un gozo hacer el bien sin mirar a quién, como dice el refrán.

Caso único en la República, incluso en el estado, de tal modo que la densa neblina había dado un carácter único a la tierra de fútbol y sus negociantes, que por supuesto fueron los primeros en irse a otra plaza donde encajar el diente a quien se dejara.

Una mañana, todavía con un poco de oscuridad, a lo lejos se divisaron los cerros y la gente empezó a mirarse, a no dar crédito al espectáculo triste de los que miran sin mirar.

Invocaron a los cielos, no pocos lloraron porque buscaban y buscaban sin encontrar el corazón que latía igual que el suyo. Las manos intentaban tocar rostros, pero la respuesta era la misma ya sin la venda hermosa de la neblina: peleas, golpes.

Luego cerraron los ojos, pero la oscuridad espantaba. Se tomaron de las manos, esperaron que pasara la noche.

Llegó el nuevo día y con júbilo descubrieron que el banco de neblina estaba de regreso. Es decir que podían encontrar de nueva cuenta el camino al encuentro de su fantasma gemela.

Mil gracias, hasta mañana.

jeperalta@plazajuarez.mx/historico/historico

twitter: @JavierEPeralta

Related posts