La muerte viaja por internet

TEXTOS PARA NO MORIR

El no poder dormir temprano nos lleva a veces por caminos insospechados. Algunos ven la tele, escuchan música o leen algún libro; otros toman una copita o hacen un trabajo pendiente, pero muchos otros se encierran en el universo del internet, donde el mundo no duerme nunca y donde lo mismo se puede visitar un museo, leer noticias o una novela, o incluso participan en sexo virtual.
    Por más que diera vueltas en la cama, José no podía dormir, mientras que su esposa descansaba plenamente con esos silbiditos que hacía al dormir. Sus dos pequeños dormían en su recámara. Optó, pues, por pararse e ir al estudio donde estaba la computadora.
    Como tantas otras veces abriría un portal y comenzaría a chatear con alguien, tal vez de Argentina,  México o España.
    Siguió los pasos y pronto estuvo conectado con “alguien”.
    •    Hola, ¿quién está ahí? ¿Hombre o mujer?

    •    Hombre… aquí desde México –respondió.

    •    Soy Maru… sabes estoy más sola que un santo y, qué bueno que estás ahí… ¿quién eres, qué haces?

    •    Soy José. Soy maestro. Aquí son como la una y media de la madrugada y no podía dormir.

    •    Vaya aquí es de día, pero de noche para mí.

    •    ¿Qué te pasa? ¿Qué tienes? –podía hablar así de desenfadado porque al fin y al cabo en este medio no hay inhibiciones ni responsabilidades.

    •    Mira coño, estoy sola… sabes, todo me sale mal, estoy hasta la hostia… más vale dejarte, sabes… -Algo le hizo reaccionar, sentía como desesperación en sus palabras que aparecían escritas en su pantalla.

    •    ¡No, no cortes… por favor! Dime, qué tienes, qué te pasa… Tal vez pueda ayudarte en algo.

    •    Está bien. Después de todo no tengo a nadie con quién platicar. Mira José, me llamo Maru, creo que ya te lo había dicho. Tengo 22 años, vivo en Barcelona y estoy chará… Estudio y trabajo en las vacaciones… Pero, sabes, de pronto cuando veía todo esplendor, se me acaba todo. Aquí mismo tengo ya un arma, la cual voy a utilizar en un momento…

    •    ¡¿Cómo?! ¡No, por favor espera! –Sentía que tenía que impedirlo, como fuera, como fuera…

    •    Me falta valor, sabes, pero no hay de otra…

    •    ¿Pero, qué te pasa? ¿Por qué?

    •    Porque ya todo está jodido… ¡Tengo Sida! ¡Me oyes… tengo Sida! Antier me lo dijeron. Y lo peor es que contagié a mi novio. No sé ni dónde me lo pegaron, fue seguramente una noche en un antro… saliendo me acosté con un tío de quien ni siquiera sé su nombre. Desde entonces no lo volví a ver, pero me he acostado con mi novio… – No sabía qué contestar. El poco sueño que tenía se le borró completamente.

    •    Maru, trato de entenderte. El golpe debe ser fuerte y duro, pero por favor no pienses ahora en la muerte. Tú sabes, la ciencia ha avanzado rápidamente y ya no es tan atroz el Sida como antes. ¿Ya hablaste con tu novio?

    •    ¡No! ¡No lo he hecho! ¿Qué le puedo decir: Mira te engañé y aparte tienes Sida igual que yo? ¡No puedo hacer eso! ¿Me comprendes?

    •    Sí… ehhh… Pero espera por favor, eso que piensas hacer no es ninguna solución.

    •    José, no hay nada qué hacer. Disculpa por decirte lo que te dije, pero no tenía con quién hablar. Mis padres, hermanos y en fin toda la familia, ni sospechan. Sé que con la enfermedad podría vivir un poco más, pero realmente no puedo, para mí es mejor tomar esta arma que ya tengo en mi mano y disparar y dormir… dormir para siempre.

    •    ¿Y las penas que vas a causar a tus padres, a tu novio, a Dios?

    •    No hay Dios mi querido José, si no vendría a ayudarme y te aseguro que nadie lo hará, excepto tú, claro, que has tratado de hacerlo. No te quito más tu tiempo… disculpa la mala pasada… duerme en paz mientras se puede y déjanos soñar en la nada a los que se van… adiós.

Vanos intentos hizo por reconectarse con Maru. No pudo hacerlo, ni tampoco pudo dormir. Entró la luz del sol por la ventana y se resistía a apagar el aparato. Del otro lado del planeta se había desarrollado una tragedia de la que él había sido testigo, sin poder hacer nada. Lloró, lloró intensamente por alguien a quien no conocía ni nunca conocería… La voz de su niña de cuatro años lo hizo reaccionar.
    •    Papi, papi… quiero ir al baño –Apagó la computadora, cerró el cuarto y encaminó sus pasos a la habitación de la pequeña…

    

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