La muerte que a todos nos hace iguales

La muerte que a todos nos hace iguales

RETRATOS HABLADOS

Elizabeth II, la Reina Isabel, murió el día de ayer.

En términos reales es un asunto que compete a la realeza británica, pero como efecto del proceso de globalización que vive el planeta, de pronto solo faltó que las televisoras privadas de nuestro país, dieran a conocer el sentir del pueblo de México, siempre encarnado por una mujer que camina por las calles, y que llora amargamente porque se fue Paco Stanley, o quien usted mande y ordene.

No por lo anterior será necesario negar el papel histórico que desempeñó, pero poco ligado al sentir de los simples humanos que nada tienen con ver con coronas, joyas y protocolos propios de un castillo.

Ella vivía en un castillo, aquí por mucho llegamos a un inquilino de Palacio.

El hecho es que hasta en la muerte, bueno en el proceso de duelo y entierro, hay diferencias abismales, que por razones de salud mental deseamos, y queremos pensar, no tienen cabida en el más allá.

Aunque pues quién sabe.

Porque al paso que lleva la humanidad, dentro de pronto nos enteraremos que ya se logró que los que nacieron y vivieron con lujos que solo en sueños veremos, de repente han obtenido la graciosa concesión para llevarse todas sus pertenencias al otro mundo, donde seguirán con su papel de siempre.

La muerte de la Reina Isabel nos lleva, aun sin querer, a una profunda reflexión acerca del valor real de la existencia humana y su fin. La muerte es tan democrática que barre parejo, aunque a unos les permite partir en medio de un escenario fastuoso en el que de paso se les coloca en papeles casi heroicos.

Pero bueno.

El hecho fundamental es que la muerte tiene la capacidad de devolvernos la profunda convicción de que, después de todo, al final de los tiempos seremos igual de tierra y polvo, pese a los antecedentes logrados, pese a las fortunas acumuladas, pese a la fama recibida, pese a todo.

Y en asuntos de política, llegará la constancia que alguna vez un tío me comentaba ante las barbaridades cometidas por el ex presidente Salinas: “el único consuelo que me queda sobrino, es que todos nos vamos a morir”.

Lo cierto es que mi tío Ezequiel ya se fue, y Salinas sigue aquí, intocable, innombrable, inaccesible a cualquier tipo de justicia. Intocable pues.

Mil gracias, hasta el próximo lunes.

jeperalta@plazajuarez.mx/historico/historico

@JavierEPeralta

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