LA MUERTE: LITERATURA Y REALIDAD.

“Nada me causa encanto ni atractivo,
no me importan mi vida ni mi suerte,
en un eterno spleen muriendo vivo
y es mi única obsesión, la de la muerte”
Garrik (Juan de Dios Peza).

 
Una de las mayores frustraciones del ser humano, es sujetarse a la fatalidad. Ningún individuo puede decidir si quiere o no nacer, elegir a sus padres, su nacionalidad, su cultura y mucho menos, la fecha y condiciones de su muerte, excepto, en algún grado, los suicidas.
Cuántos hay que prolongan artificialmente su vida, generalmente por decisión de su familia, conectados a tubos, sueros, inyecciones, estudios y toda la gama de recursos con que cuenta la ciencia médica contemporánea. Algún tímido avance en México y en Hidalgo, está en la recientemente aprobada Ley de Voluntad Anticipada
La voluntad anticipada se define como: “El conjunto de preferencias que una persona tiene respecto del cuidado futuro de su salud, de su cuerpo, de su vida y decide, cuando está en pleno uso de sus facultades mentales, con anticipación a la posibilidad de que, en algún momento futuro se encuentre incapacitada para expresar esas convicciones y tomar decisiones por sí misma. La voluntad anticipada contiene no sólo las preferencias sino también los valores de la persona, su entorno cultural y sus creencias religiosas”. Quien opta por esta especie de testamento, lo único que hace es expresar su deseo de evitar las condiciones infrahumanas, casi animales de sus últimos momentos, además de las molestias y gastos que tal condición representa para sus cercanos.
La muerte por propia mano, abarca una amplia gama de criterios que llegan a la contradicción excluyente; por ejemplo, los samuráis japoneses, al practicarse el harakiri alcanzaban el clímax del honor, del heroísmo, de la gloria… de igual manera los guerreros kamikazes, de similar origen. Tal vez éstos fueron inspiradores de los fundamentalistas islámicos quienes se lanzaron en contra de las Torres Gemelas en Nueva York, en el trágico septiembre 11 y de tantos otros actos terroristas, mortales por necesidad para sus protagonistas.
En la concepción judaico-cristiana, el suicidio es un atentado contra las leyes de Dios. La antigua filosofía del Budismo-Zen hace vivir hasta el presente la idea del Karma, palabra que significa “acción” y consiste en una fuerza que trasciende. Este tipo de energía es infinita, invisible y consecuencia directa de la conducta del ser humano. En este contexto, agredir a la existencia propia significa la condenación por los siglos de los siglos. La pregunta es: ¿Quien se suicida es valiente o cobarde? ¿Exaltador del honor y cercano al orden divino o blasfemo negador de su origen y destino? La cuestión genera más dudas que respuestas.
En literatura, los egipcios en el texto sagrado “Libro de los muertos”, dejan constancia de su preocupación por el más allá, aunque en el más acá, los poderosos eran los únicos que trascendían convertidos en momias resguardadas bajo las pétreas moles piramidales. En medio de esta grandeza, siglos después, Cleopatra prefiere morir por la mordedura de una cobra, antes de someterse con toda su investidura a la humillación del imperio romano.
Los griegos ponían monedas en los ojos de sus muertos, antes de incinerarlos; el dinero era para pagar los servicios de Caronte, el “barquero infernal” que ayudaba a las almas a cruzar el río Aqueronte, hasta llegar al reino de Hades.
Experto en temas de muertos ilustres, durante la transición entre la Edad Media y el Renacimiento, Dante Alighieri, en su “Divina Comedia” describió los  más horrendos tormentos, sin esperanza de redención para las almas de pecadores (sus enemigos, obviamente) en el Infierno; hace renacer las expectativas de salvación en el Purgatorio y se eleva hasta la excelsitud en el Paraíso a donde llega, en compañía de su amada Beatriz, ante la presencia de Dios; percibe solamente una cegadora luz que lo hace llorar en éxtasis sublime, antes de caer arrodillado.
Johann Wolfgang von Goethe, escribió “Las cuitas del joven Werther”, monumento literario del Romanticismo Alemán; novela epistolar que, en su tiempo, indujo a numerosos jóvenes europeos a suicidarse por amor.
El irlandés Bram Stoker fue creador de Drácula, el vampiro humano, el muerto vivo, quien también por amor tuvo la blasfema osadía de retar a Dios. Así murió sin morir y vivió sin vivir, solo por las noches, con el único alimento de la sangre humana y la inhumana tarea de asesinar a los noctámbulos.
En América, también tenemos lo nuestro: las pirámides de Teotihuacán, Chichén Itzá, Tula y otras, aunque los arqueólogos no lo confirman, existe la sospecha de que su grandeza está relacionada con la muerte.
Gutierre de Cetina, poeta y soldado español, murió a manos de un celoso marido, solo por que el bardo le llevó serenata a su esposa e hizo célebre su “Madrigal a unos ojos claros”.
El famoso “Nocturno” (a Rosario), seguramente no sería tan famoso si su autor, Manuel Acuña, no se hubiera suicidado, también por amor.
Qué falta hizo a los personajes mencionados, leer a Renato Leduc, para meditar: “Que de amor y dolor alivia el tiempo”.
Por lo pronto, yo me quedo con Sinatra y la versión en Español de My Way: “A mi Manera”. Me despido diciendo: “El final se acerca ya, lo esperaré serenamente”.

Related posts