La muerte del Ártico

El Protocolo de Kioto no se cumplió en ninguno de sus aspectos, y los Acuerdos de París para el Clima tampoco no se cumplirán

La naturaleza que se consume en forma de materias primas, no tiene precedente en la historia humana. El clima planetario rompe cada vez con más frecuencia sus récords. Julio del 2016 es considerado, en promedio, el mes más cálido de que se tenga registro en la historia humana. Este año será también el más caliente de la historia, superando a 2015 y 2014 que tenían ese dudoso récord. En 2016 la temperatura promedio planetaria será 1.3 Celsius más alta que la registrada a fines del siglo XIX. Una ciudad de Kuwait reportó hace poco una temperatura de 54 C.
Que ocurra esto a nivel planetario toma una forma alarmante en el Ártico. La capa de hielo ártico desaparecerá por completo dentro de pocos años, de seguir las tendencias actuales. A principios de los setenta tenía una extensión de alrededor de 8 millones de Km2; hoy día es de 3.4 millones de Km2. El hielo del Ártico es un regulador de los eventos climáticos planetarios; refracta el calor solar hacia el espacio exterior, evitando un mayor calentamiento de las aguas oceánicas y del aire. El derretimiento del hielo liberará, además, inmensas cantidades de metano. Muchas otras de sus funciones nos son desconocidas.
La causa de ésto, que hoy se considera una crisis ambiental planetaria, a decir de los expertos, tiene que ver con el inmenso consumo de combustibles fósiles al servicio de un sistema económico que ya no produce para satisfacer las necesidades de la población, sino que lo hace para satisfacer las necesidades de la propia economía, esto es, para la ganancia y la rentabilidad.
Pero no todos están preocupados por el deshielo del Ártico. Algunos se muestran felices, otros, incluso, se aprestan a ver esto como la apertura de un campo de oportunidades. El Ártico es una tentación para las potencias y sus grandes corporaciones económicas. Allí se encuentra la quinta parte del petróleo y del gas natural del planeta. El hierro, el oro, el uranio, el torio, y muchos de los llamados metales raros, básicos en la microelectrónica, parecen descansar “ociosos” bajo los hielos árticos. Las compañías petroleras festejan el deshielo, lo mismo que las navieras británicas, canadienses y rusas. El calentamiento está operando el milagro de hacer navegable esta región del mundo, la cual se presenta como una alternativa al Medio Oriente como ruta más corta, segura y eficaz en el comercio entre Oriente y Occidente.
La medidas nacionales y los esfuerzos internacionales para enfrentar este problema y estabilizar el clima planetario han fracasado, porque los países han privilegiado salvaguardar su competitividad en los mercados. Pese a los acuerdos internacionales, las emisiones de gases de efecto invernadero no se detienen y el calentamiento promedio sigue su marcha ascendente. El Protocolo de Kioto no se cumplió en ninguno de sus aspectos, aún cuando era obligatorio para los países desarrollados. Los Acuerdos de París para el Clima no se cumplirán porque todas las tendencias analizadas y mostradas por los científicos señalan que, la meta ideal del 1.5 y la programática del 2 Celsius están cerca de ser rebasadas.
Esto lo sabe todo mundo; lo saben los negociadores climáticos, los expertos y los tomadores de decisiones de las distintas naciones. Se sabe con cierta precisión las tendencias climáticas planetarias, sus causas, sus consecuencias. Lo sabe el público. Se sabe también qué hay que hacer como nación, como gobierno, como organismos sociales y como individuos. No obstante, nada parece ocurrir ni cambiar, y el planeta se muestra inconmovible en su marcha a la catástrofe.
El problema no es sólo de conocimiento, sino de consciencia y de decisiones; de valores, de moral y política, de definición de nuestros compromisos con el sistema de la vida, la humana incluida. Parafraseando al Rey Lear, podríamos decir hoy día que tiempos de peste son estos en los que el mercado y las mercancías rigen nuestra relación con la vida.
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