Historias de buró
Siendo hermana de dos mujeres más chicas que yo, y un hermano mayor, siempre me vi envuelta en una competencia constante desde chica por cualquier situación; desde el juguete favorito, la mejor ropa, el cariño de los papás, las mejores calificaciones, etc.
Por ello siempre he tratado esforzarme en todo lo que hago, con tal de no quedar atrás. Sin embargo siendo la mayor, nació en mí el sentido de protección a mis hermanas a lo que me vi forzada muchas veces a dejarlas ganar para verlas felices.
Mi madre, siempre consideró que la más abusada de las tres era la pequeña, aunque yo siempre creí que la consentía demasiado y no se le podía hacer nada porque si lloraba, a nosotros nos tocaba de cinturones.
La que decía que era la tontita y que se dejaba de todo era la de enmedio. Casi aseguraba que nosotros abusábamos de su humildad porque nunca se quejaba de nada. Yo también opinaba lo contrario.
Cierto día, disfrutábamos de una tarde calurosa en el patio de mi casa; las tres íbamos y veníamos en los tradicionales juegos de esos que los niños ya no conocen, por lo que gozábamos y disfrutábamos de nuestra compañía.
En un momento nos detuvimos para descansar junto a un viejo árbol; cansadas y acaloradas pensamos inmediatamente en un helado y bien dispuestas corrimos con mamá a realizar la petición correspondiente, misma que fue rechazada reiteradamente.
Como la mayor, me vi en la responsabilidad de pensar inmediatamente en una idea para complacer nuestra necesidad, a lo que se me ocurrió romper nuestros vestidos para que al salir a la calle las personas pensarán que éramos indigentes y nos dieran dinero.
Con tijera en mano, fui la primera en cortar por todos lados posibles mi vestido, a la pequeña no la dejé por aquella cuestión de las tijeras que son peligrosas, siguió mi otra hermana que al ver mi vestido ultrajado decidió hacerle sólo un pequeño corte donde ni se veía.
Ya se imaginarán quién recibió los cinturonazos ese día.
Por ello siempre he creído que la más abusada de las tres, es otra.