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La madriza

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RELATOS DE VIDA

El malestar crecía, se hacía insoportable, se trataba de un gruñidero de tripas, como el provocado por el hambre o por el malestar de un dolor estomacal previo a desatarse la diarrea, aunque simulaba una batalla en la que los intestinos se hacían nudos para estrangularse y dejar de sentir.
Pero el diagnóstico estaba equivocado, el movimiento del abdomen estaba alimentado de la ira, coraje, odio, decepción y la afirmación de que el presentimiento era cierto: la infidelidad estaba comprobada.
Desde lo lejos, escondida detrás de un árbol, observaba como Rafael, su esposo por más de 15 años, disfrutaba de las caricias y besos de una mujer, gozaba de su compañía y se enorgullecía de tenerla a su lado, o al menos así lo imaginaba Rocío, por la sonrisa que el susodicho reflejaba, al dejar entrever su dentadura casi perfecta, como hace mucho tiempo no mostraba con ella.
No duró mucho tiempo espiando, el coraje y sus intestinos la animaron a salir del escondite, correr hacia el lugar donde se encontraban los enamorados, coger a la amante de los cabellos con una mano, mientras con la otra, a puño cerrado le destinaba una serie de golpes; en tanto el hombre permanecía estático decidiendo qué hacer.
Poco tiempo duró la pelea… la “otra” quedó tirada en el piso, momento que indicaba que el siguiente en la lista era el “infiel”. Comenzó con un par de cachetadas, que combinaba perfectamente con patadas y rodillazos, estos últimos tratando de impactar en la zona sensible de “aquel traidor”, mientras le gritaba: “¡Eres un hijo de la chingada, sabía que me engañabas, muchas veces te dije que confesaras, pero te faltaron huevos, cabrón!”
En tanto que el hombre, aún en shock, trataba de esquivar los golpes protegiéndose con los antebrazos las diferentes partes del cuerpo a los que eran destinados los porrazos, y también intentaba hilar palabras, que después de varios conatos logró conjuntar diciendo:  “¡Perdóname, la cagué, fui un pendejo!”
Rocío continuaba descargando su ira y parecía que nunca terminaría, pero de repente sintió que una fuerza extraña le agarraba las manos, buscaba soltarse de ese espíritu para seguir con la arremetida, pero no lo lograba.
Ya cansada de luchar contra la esencia externa, pudo percibir un llamado, una voz que a lo lejos le suplicaba “¡tranquila!, ¿qué te pasa? ¡Por favor ya cálmate!”, y con la petición, su cuerpo se trasladó.
Ahora se encontraba en su cuarto, sobre la cama, y con su marido sosteniéndole las manos fuertemente con mirada de espanto, y al verla con los ojos abiertos le dijo: “¿qué pasó, qué estabas soñando?, comenzaste a soltar chingadazos a diestra y siniestra y me gritabas que era un hijo de la chingada”.
Rocío, aún encabritada, respondió: “soñé que me engañabas, así que ya sabes, ni se te ocurra hacerme de chivo los tamales y que te cache, porque si en mis sueños te metí una madriza, imagínate en vivo y en directo”.