La humanidad doliente no escribe la historia

La humanidad doliente no escribe la historia

RETRATOS HABLADOS

Los he visto y son los más, pero al final los menos para el destino que reserva dicha esperanza. Son los más que nunca aspirarán a un futuro promisorio, que desde los 20-30 años empezaron a caminar la ruta de la aceptación, la resignación, porque así estaba escrito y simplemente no resulta jugar a cambiar lo que ya estaba escrito, porque fue estampado con tinta indeleble desde el nacimiento hasta la muerte. Rebasados los 50, todo está consumado. Las cosas seguirán por el mismo rumbo, el único camino transitado desde que aprendió a caminar. El mismo cuando sea el momento de partir hacia ese otro mundo que siempre se espera más justo, más con una oportunidad, aunque sea en toda la existencia.

Nada cambia para los más que son menos. Desde tiempos inmemoriales en que fueron sentenciados a esperar, esperar y volver a esperar quién sabe qué; a descubrir que cualquier salvador dará los mismos resultados, y que fracasará en su empeño justiciero, porque no supo hacer las cosas, o porque se corrompió y acabó igual que a los que pretendía extinguir.

Es igual, eternamente igual, porque es falso que la historia sea escrita por los hombres, tan solo títeres en manos de seres divinos, malévolos o simple ingeniería de las realidades que no lo son. Hay sin embargo, a partir de esa mentira, base para los negocios de los ahora llamados “coach” del optimismo, de que todo puede ser arreglado con desearlo simplemente, que solo es asunto de despertarse con mentalidad positiva y triunfadora, de escribir tontas frases en pizarrones, de programas mañaneros en la televisión comercial donde todos son especialistas en dar consejos para la victoria hasta siempre.

La vida sigue igual como dice la canción, para los que nacieron asignados a los lugares donde será imposible, como decía Beethoven: “torcerle el cuello al destino”, porque el destino en esos lugares es algo definitivo, sin cambios, sin variante alguna porque fue cincelado en el mármol de los designios.

A veces surgen respiros, instantes mínimos en que todas esas multitudes pueden sacar la cabeza del agua, dar una respirada, incluso cobrar venganza contra esos otros que fueron elegidos con una estrella en la frente. Respiro a manos de un iluminado, que jura por todos los dioses del destino que transformará de una vez y para todas la historia porque –una conclusión errónea que se repite hasta la saciedad- “es el hombre artífice de sus páginas, única palanca que transforma”. No, nunca ha sido cierto, si acaso un buen propósito para intentar entender y aceptar el miserable papel que toca desempeñar a los más para vivir siempre como los menos.

Pero son respiros, ajustes, recalibración de la maquinaria, tiempo para aceitar lo que siempre seguirá por los mismos rumbos, ya que los resultados obtenidos han sido óptimos, únicos, capaces de favorecer la marcha eterna de cada eje, cada rueda dentada.

La vida sigue igual, seguirá igual hasta el fin de los tiempos, porque además garantiza que no explote el universo. El equilibrio no es que de un lado y otro de la balanza exista el mismo peso, sino que de un lado y hasta el fondo se encuentren los más, y del otro los menos, aquí sí los menos pero con todo en sus manos.

La historia nunca será escrita por la humanidad doliente, dolorosa, resignada a repetirse una vez que la vida aparente termine y se levante a los tres siglos de difunta, para volver a lo mismo, para dar vuelta y vuelta en la noria, para un día reconocerse en otro siglo con la misma suerte, mismo destino, mismo fin.

La vida sigue igual. Los respiros, sacar la cabeza del agua duran unos minutos, unos años y después a lo mismo, a continuar la historia que jamás ha de terminar.

Mil gracias, hasta mañana.

Correo: jeperalta@plazajuarez.mx/historico/historico

Twitter: @JavierEPeralta

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