La historia vuelve a repetirse

CONCIENCIA CIUDADANA

A diferencia de otros casos, la experiencia histórica  nos hace ver que, no sólo quien nos gobernará cuenta con la capacidad suficiente para encabezar  esa tarea,  sino que el pueblo mexicano mismo  manifiesta la decisión  suficiente para enfrentar los desafíos  que le esperan los próximos años.  Salir de Egipto fue cosa de niños, frente a los cuarenta años que demandaron hacer a un pueblo libre y dueño de sí mismo. Pero no es la primera vez que el nuestro lo lleva a cabo.

El devenir histórico se ha interpretado desde diferentes perspectivas, pero hoy en día parece prevalecer la que considera que la historia es más que un movimiento lineal donde el presente es mejor que el pasado y el futuro lo será del presente una perspectiva cíclica, la que considera que los acontecimientos históricos siguen un patrón recurrente que se repiten una y otra vez en ciclos semejantes aunque no idénticos.
    Sin embargo, esa circularidad puede llevarnos a pensar que poco cambia en la realidad social, tal y como el proverbio latino lo asegura al decir que “no hay nada nuevo bajo el sol” y que lo que sucedió ayer volverá a suceder mañana bajo nuevas formas pero irremisiblemente, porque la naturaleza humana así lo determina. Por supuesto, esta visión es poco optimista, pasa por alto que pese a todo existen avances en la marcha de la humanidad y que  el mundo de hoy es  un poco mejor que el de antes.
    Sin embargo, esta visión optimista tampoco puede considerarse acertada totalmente, porque, en efecto, existen escenarios actuales que si bien no reproducen totalmente eventos anteriores, sí presentan ciertas similitudes inquietantes con ellos sin pensar que, tras de tales semejanzas exista una ley universal, por lo que no resulta tan descabellado  pensar en  una norma que considere que en casos donde se reproducen o se mantienen ciertas constantes externas, un evento puede presentar ciertas  similitudes  con otros eventos histórico.
    En ese tenor nos referiremos a un evento que se ha puesto en el centro del interés general y que puede darnos la pauta para demostrar que las comparaciones históricas tienen valor probatorio si se ciñen a una norma de recurrencia que, por otro lado, debe aplicarse con un criterio amplio, ya que la historia no es una ciencia exacta y por tanto, no puede aplicarse en ella una norma rigurosa a la manera en que se hace en el campo científico.
    El evento en cuestión es la primera guerra mundial, acaecida entre los años 1914 a 1918, en la cual perdieron la vida más de 30 millones de personas de carne y hueso que pasaron a los fríos registros estadísticos como una cifra aparentemente insuperable en la historia de la humanidad, hasta que las víctimas de la segunda guerra mundial superaran dicho record, dando razón a Hegel quien alguna vez afirmó que la historia solo es el relato de una gran carnicería.
    Hoy, el temor a que se repita una catástrofe con las características de ambas confrontaciones ha vuelto a renacer, escalando los temores de la sociedad hasta llegar a la ONU, el foro màs importante de la política internacional; cuyos directivos alertan sobre las condiciones de semejanza que presenta el escenario mundial con el de los años treinta del siglo pasado y, más aún, con el que se observaba en la antesala de la primera guerra mundial. Ni más ni menos.
    Y es que, dando la razón a quienes consideran que la historia suele repetirse, hoy como entonces, el acomodo de fuerzas mundiales, regionales y locales vuelve a manifestar una extraña coincidencia pensando que  jamás podrían haber regresado;  tales como el nacionalismo de las grandes potencias imperialistas -especialmente el Reino Unido y los Estados Unidos- , quienes viendo decrecer su hegemonía económica y política han preferido aislarse del resto del globo enfrentándose a otros estados nacionales, cuyo crecimiento amenaza poner fin a su liderazgo mundial.
    Además, el modelo de libre mercado tiene que hacer frente otros problemas, debido a la sobreoferta de bienes y servicios en el mercado mundial  que ha llevado  a sus patrocinadores a una lucha encarnizada por abaratar los costos de producción, con el  consiguiente empobrecimiento de los antiguos países colonizados que, de democracias incipientes, han regresado a gobiernos despóticos o corruptos protegidos por los grandes potencias del mercado, cayendo en la anarquía o el dominio del crimen organizado.
    Han sido justamente las antiguas colonias del capitalismo mercantilista quienes padecen esta tragedia, especialmente en América Latina y África, continentes destinados, en el marco de la división internacional del trabajo, a la expoliación y la explotación de sus recursos naturales y sus habitantes. Ésta y no otra es la causa fundamental de los grandes movimientos migratorios de esos continentes hacia las grandes metrópolis, cuyos gobernantes e ideólogos insisten en ignorar las causas del gran éxodo hacia occidente, mediante un discurso falaz repetido incansablemente por sus cuentistas sociales y los medios masivos de comunicación en todo el planeta.
    Reforzando aun más la teoría cíclica de la historia, tenemos el caso singular de México. Cuando la primera guerra mundial inició en 1914, nuestro país se encontraba en plena efervescencia revolucionaria, causada por los rigores a los que su población se vio sometida por la dictadura porfirista. Díaz siguió una política astuta dando concesiones industriales, comerciales y de ferrocarriles a empresas alemanas, inglesas, españolas y francesas, pero sobre todo norteamericanas. Sin embargo, las condiciones ventajosas que éstas demandaban requirieron un gran control sobre la población nativa, que Díaz aprovechó para reforzar su poder político con un régimen militar y policiaco que reprimió en numerosas ocasiones las protestas laborales y cívicas en su contra. La situación resultaba tan ominosa que las protestas en contra de la política modernizadora de la dictadura (llamada por los seguidores de Díaz “progresista”), se resolvieron en un estallido violento mucho antes de que los países capitalistas entraran en conflicto disputándose los espacios territoriales que les permitieran continuar su crecimiento económico y su fortalecimiento frente a sus adversarios.
    Haber iniciado su revolución antes y no después de la Gran Guerra fue tan impredecible como afortunado para México en varios sentidos. Primeramente,  la revolución permitió que una vez derrotada la dictadura económica y militar de Díaz y la fracción progresista derrotara a la fracción populista, se llegara a un consenso con la Constitución de 1917 que, sin declararse anti burguesa, dio paso a la primera legislación laboral en el mundo; generando un orden legal para las relaciones entre el capital y el trabajo, único en su época.
    En segundo lugar, la lucha social, aunque violenta, permitió que México eludiera tomar partido en la guerra mundial, evitando que sus habitantes fueran utilizados como carne de cañón en los campos de batalla, como sucedió a colonias como Australia y la India, por ejemplo. El distanciamiento con las potencias capitalistas conflicto nos volvió a favorecer en la segunda guerra mundial, pues poco antes Lázaro Cárdenas pudo nacionalizar el petróleo a cambio de garantizar la neutralidad de México y dotar de petróleo a Estados Unidos en la confrontación mundial que se avecinaba.  
    Ante el panorama actual, las coincidencia con el pasado vuelven a manifestarse: a diferencia de la gran ola  conservadora que se expande por los grandes países capitalistas  que han llevado al poder a personajes tan reaccionarios y hasta fascistas como el propio Trump en USA, o dictadores del tamaño de Putin en Rusia o la derechización de los gobiernos de Brasil, Argentina, Ecuador y Chile en el Cono Sur, la sociedad mexicana ha optado masivamente por una opción electoral popular y democrática, pero de tal magnitud que, más que una elección, puede considerarse como una revolución ciudadana pacífica inédita de consecuencias  posiblemente semejantes a los grandes cambios históricos de la guerra de Reforma  del siglo XIX y de la Revolución del siglo XX.
    En resumen, no podemos decir -porque no tenemos una bola de cristal- que México se ha salvado de padecer el destino que parece esperar a otros países, especialmente a los más poderosos del planeta, empeñados ya en una guerra comercial que bien pudiera teñirse de color rojo en cualquier momento; ni que nuestra condición de nación sometida a los designios del capitalismo mundial se haya desvanecido por la sola consecuencia de las elecciones.
    Pero lo que si puede afirmarse es que la decisión del pueblo mexicano fortalece como nunca al próximo gobierno ante los grandes capitales piratas que hoy se disputan el mundo encarnizadamente, dando la oportunidad de construir las bases mínimas de un nuevo pacto social que recobre la soberanía nacional, disminuya las injustas y desproporcionadas diferencias económicas y sociales y fortalezca las instituciones de justicia nacionales.  
    A diferencia de otros casos, la experiencia histórica  nos hace ver que, no sólo quien nos gobernará cuenta con la capacidad suficiente para encabezar  esa tarea,  sino que el pueblo mexicano mismo  manifiesta la decisión  suficiente para enfrentar los desafíos  que le esperan los próximos años.  Salir de Egipto fue cosa de niños, frente a los cuarenta años que demandaron hacer a un pueblo libre y dueño de sí mismo. Pero no es la primera vez que el nuestro lo lleva a cabo.
Y RECUERDEN QUE VIVOS SE LOS LLEVARON Y VIVOS LOS QUEREMOS CON NOSOTROS.

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