LA HISTORIA VIVIENTE

FAMILIA POLÍTICA

“Más sabe el Diablo por viejo, que por Diablo”.
Dicho popular.

1Me encontré a don Carlos Sosa Calva, después de muchos años de no verlo; en una visita a la cripta del licenciado Jorge Rojo Lugo, en el aniversario de su fallecimiento. En espera del arribo de la familia, sostuvimos una plática tan amena, interesante e informada, que me atreví a decirle: “Oye, don Carlos, ¿por qué no escribes un libro con base en las vivencias de una longeva biografía? Tu memoria es lúcida; tu estilo es franco, directo y creo que además de una importante fe histórica, podría producirse un documento para que las nuevas generaciones conozcan, no sólo la historia, sino las discretas tramas que se tejen en diferentes niveles para escribirla. Fuiste Diputado local muy joven, Director de la Policía Judicial en varias ocasiones y hombre cercano a diferentes gobernantes de nuestra tierra. Sabes mucho, compártelo, no seas egoísta; si quieres yo te asesoro en cuestiones literarias”.

El hombre, con sus casi noventa años que lleva con dignidad; siempre tiene la broma a flor de labio y la ocurrencia inteligente y amistosa de manera oportuna. Me dijo: “Mira, ya estoy en eso con un periodista; por favor estate pendiente, yo te buscaré”. Pocos días después recibí un telefonema de mi amigo Alejandro Gálvez, del portal Quadratín Hidalgo, para invitarme un café. Sin saber de qué se trataba, acudí. De manera directa me dijo: “Estoy compilando datos para mi próximo libro, cuyo título tentativo es Los Caciques; me dijo don Carlos Sosa, que platicara contigo”.

Después de considerar que fue un acierto recurrir al hombre fuerte de Tenango, para abordar un tema del cual es destacado protagonista, comenzamos a platicar de diferentes personas que pudieran reunir los elementos básicos para considerarse caciques (Hidalgo tiene una producción aproximada de diez por hectárea). Surgieron varios nombres de diferentes puntos geográficos y en diferentes épocas; pero consideramos que hacía falta un hilo conductor para dar coherencia al relato. Así, brotaron los perfiles de Hernán Mercado Pérez, quien en alguna ocasión ya abordó el tema y que también tiene su historia (fue canchanchán de el Meme Garza y Luis del Toro Calero, Diputado local y Secretario de Gobierno). Desde luego, no faltó la alusión a mi entrañable Maestro, don Bonfilio Salazar Mendoza, quien además de fungir durante muchos años como segundo del licenciado Gaudencio Morales, al frente de la Escuela Normal Benito Juárez; fue personaje cercano a don Manuel Sánchez Vite, tanto en el gobierno del Estado, cuanto en el Comité Ejecutivo Nacional del PRI. Con base en una fotografía que Alejandro Gálvez subió a la red, la perversa de mi secretaria, Laurita, afirmó que, sumadas las edades de los ahí reunidos, obtendríamos más de quinientos años. Efectivamente: Hernán, Bonfilio y Carlos Sosa, deberían formar parte del patrimonio moral de Hidalgo y gozar de la protección del Instituto Nacional de Antropología e Historia.

A propuesta de esos santones, comenzamos a platicar tomando como punto de partida la impresionante figura de don Javier Rojo Gómez, sus aspiraciones reales de ser candidato a la presidencia de la República y de las naturales fobias que contra él y sus amigos se desataron al no lograrlo.

Durante varias horas de plática, desfilaron por la mesa nombres y registros en la vida de los gobernantes. Es cierto, los libros consignan sucesos desde el punto de vista de historiadores serios, pero no tienen la chispa de la tradición oral, por la cual, voces autorizadas suelen convertir grandes acontecimientos, en anécdotas interesantes, hasta divertidas y jocosas.

La historia de los que se encumbraron a la sombra de tal o cual poderoso; la protección del hombre fuerte a sus amigos, la intolerancia (y aún persecución) en contra de los que se equivocaron de bando, pero… queda absolutamente claro que en política no se gana ni se pierde para siempre. Cobran vigencia aquellos versos que algunos atribuyen a Zorrilla, autor de Don Juan Tenorio: “Los muertos que vos matáis, gozan de cabal salud”. Repito, también en política: “La verdadera muerte es el olvido”.

Don Vicente Aguirre, famoso por su sentido del humor (a veces macabro), como aquella vez que, allá por Pacula, lo llevaron a un acantilado, a presenciar el escenario de un feminicidio. Recientemente un campesino había arrojado a su mujer, quien se destrozó a causa de la caída. ¿Cómo ve usted, señor Gobernador? A lo que Don Vicente contestó: “Así sería la vidota que le daba, esta hija de la chingada”. Refiriéndose a ese mismo municipio, el licenciado Aguirre expresaba: “Este pinche pueblo debería tener nombre masculino”.

Don Quintín Rueda Villagrán, dicen que dejó importante obra material y política; sin embargo, Hidalgo siempre lo sintió ajeno.

El General Alfonso Corona del Rosal, también precandidato a la presidencia de la República, reivindicó a sus amigos (como Domingo Franco y otros anteriormente perseguidos) otorgándoles importantes y poderosos cargos. Desde entonces, a los veintiocho años de edad, Carlos Sosa fue Diputado.

El Mayor Oswaldo Cravioto Cisneros, suplió al General Corona, hasta el término de su mandato. Entregó el poder al culto Maestro universitario y eminente orador, don Carlos Ramírez Guerrero.

La decisión para que el Maestro Manuel Sánchez Vite llegara a la gubernatura, se atribuye por la “vox pópuli” a la fuerza del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación, del cual fue líder antes de ser Senador de la República; algunos tienen “otros datos” y consideran que su relación con Luis Echeverría, quien llegó a la Oficialía Mayor de la SEP, por influencia del molanguense, fue su verdadera plataforma de lanzamiento.

Éstas y muchas otras cosas se dijeron en la mesa; pero esa será materia de otro artículo. Como se ve, no tocó a los caciques, objeto de investigación del joven periodista Gálvez.

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