#BALONCESTO
● LeBron necesitaba una proeza de estas características para hacer que su carrera sea lo que alguna vez diagramó de niño en las calles de Akron
“Cuando alguien tiene un talento maravilloso para hacer algo, cree ser el dueño de la verdad”.
LeBron James corre la cancha en el silencio. Se esconde del ojo humano a través de la decisión del director de cámaras, que pide seguir el balón como único objeto de deseo. La trayectoria se dibuja en el pase lacerante, oblicuo, preciso, de Stephen Curry para Andre Iguodala. La belleza del juego está en ese corte transversal de la cancha, en la posibilidad de lo que puede ser y jamás será. La histeria de las posibilidades vuelve a cobrar una nueva víctima, disfrazada esta vez de jugador de básquetbol. James acelera y se prepara para la obra maestra que dejará al mundo a sus pies de hoy para siempre. Y curiosamente no será con la espada en sus manos, sino que esta vez será, como Ulises, con el escudo a cuestas.
James brinca en transición. Hace un primer paso, un segundo y despega en ruta directa hacia la inmortalidad. Hacia la transformación perfecta de oruga en mariposa. De villano en héroe. Es el beso de la muerte firmado con su palma derecha sobre el tablero, con la tinta que escupe el balón. La mejor jugada defensiva de la historia del básquetbol en manos del jugador más completo que este deporte alguna vez ofreció.
Bienvenidos, entonces, a la historia de redención perfecta jamás guionada.
LeBron necesitaba una proeza de estas características para hacer que su carrera sea lo que alguna vez diagramó de niño en las calles de Akron. La fruta cae del árbol cuando tiene que caer, no cuando el mundo desea que caiga. La odisea de James empezó temprano, siendo sólo un estudiante de colegio secundario. Inmaduro, egocéntrico, irritante. Una historia de camisetas devoradas por el fuego, de partidas y regresos, de frustraciones, llantos y alegrías a cuentagotas. Pero luego, todo cambió. Y no fue una modificación brusca, sino que fue, como las grandes cosas de la vida, una transformación paulatina. La teoría de la evolución la vivió James en primera persona.
Cuando alguien tiene un talento maravilloso para hacer algo, cree ser el dueño de la verdad. Y la única manera de entender que no lo es, es equivocándose. Una vez, dos veces, tres veces. Mil veces si hace falta. Sólo los inteligentes reparan en el error y no tropiezan una y otra vez con la misma piedra.