La historia de la fuente

La historia de la fuente

LAGUNA DE VOCES

El agua cae en la fuente. Luces, apenas con intensidad de una vela, alumbran el eterno ciclo en que sube el agua, brinca por la punta del tubo conductor y regresa paso a paso a su origen. Es una historia interminable sin nada nuevo qué aportar al que mira, en espera de que algo, por muy simple que sea, pueda hacerle creer que, después de todo, no todo estaba reducido a un simple acontecimiento mecánico sin sentido.

La simple falta de energía en la pila del teclado provoca la repetición simple y sin sentido de la jjjjjjjjjjjjjj, que no para de escribirse igual que el agua de la fuente, ausentes los pájaros que se bañan por las tardes cuando no hace tanto frío. ¿Habrá algo más que estas tardes en una oficina solitaria, al pendiente de nuevas historias de muertos, en un país que no se cansa de producirlos? ¿Habrá alguna razón para creer que los seres humanos aprenderán algún día sobre el uso del poder, y las barbaridades que pareciera les obliga a cometer siempre porque buscan el bien de las mayorías?

Anochece más temprano que de costumbre en estos días de invierno. Se siente un desconsuelo que no para porque se fueron las fechas de festejos, y ya estamos de nuevo en la vieja historia en que hay que sufrir para gozar, para celebrar. Y el sufrimiento mismo es el dinero que nunca alcanza, o a estas alturas, la certeza de que no habrá poder humano que pueda hacer algo contra los años, es decir la edad, es decir hacerse viejo de manera irremediable.

Hay, sin embargo, viejos como nuestros padres, como otros que conozco de oídas, capaces de tener la paciencia infinita para mirar con amor el trecho que les quedaba o les queda por recorrer; sin angustias, capaces siempre de aceptar con gusto la vida que se construyeron, alejados del resentimiento, del reclamo siempre existente de que todo les fue quedado a deber.

Ahora la fuente se ve menos triste, porque es tan fuerte la noche, que las lucecitas que la alumbran lucen como si la luna misma nutriera sus venas; pero no es cierto, es lo que uno ve desde el ventanal, desde el poco calorcito que aún se conserva, pero que en la madrugada llevará al termómetro a los cero grados, en estos días de enero que ya no hay pandemias, y si las hay, ni nos enteramos. De todos modos, nos iremos, y en un principio año de quién sabe qué fecha, ya no estaremos, pero los demás sí, corregiría el perrito de Charly Browm. 

Además, que no es ninguna novedad entrar en modo de lamento nomás porque sí, o porque estos días de aire helado, de calles desiertas, de todo solo como el alma en pena, no pueden sino traer a cuenta los recuerdos, la memoria de la que tanto hablamos para alabarla, pero apenas se pone feo el clima es de lo primero que renegamos. Hace frío y eso ya todo el mundo lo sabe.

La política, los políticos, no cambian, pero eso también lo saben todos. Igual que el dichoso poder que los hace locos, pero ya te quisiera ver con un puesto para saber de qué madera estás hecho, porque nadie dudaría que de pronto empezarás a sentirte indispensable como el aire mismo, y creer que sin ti la tierra regresa a los tiempos de la Edad Media, cuando juraban que no se movía, pero sí el universo en torno a ella.

No hay remedio alguno para una tarde encerrado en una oficina helada, ajena a todo, simple oficina, sin alma, iluminada a destellos por los suspiros de quienes son sus dueños reales, pero que dudan siempre en aparecerse a reclamar lo que les pertenece, por la preocupación de que todavía, a estas alturas, haya quien les tenga miedo a los fantasmas.

El agua cae. Las lucecitas alegran un poco la tarde-noche.

Mañana seguirá todo igual, la fuente con su historia que repite una y otra vez, el que mira sin entender si él es quien mira, o todo lo contrario, son los que pasean por el jardín los que lo miran y se sorprenden del fantasma que sigue con la idea de que está vivo.

Mil gracias, hasta mañana.

jeperalta@plazajuarez.mx/historico/historico

@javiereperalta

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