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La guerra por el voto de los pobres en Perú

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San Juan de Lurigancho.- Para el mundo y buena parte de los peruanos, Alberto Fujimori es un dictador que está en la cárcel por corrupción y atentados contra los derechos humanos. Para Isabel, que baja del cerro polvoriento con calles de tierra a las afueras de Lima donde tiene su chabola, es el hombre que puso sillas en el colegio de sus hijos y nietos. Esta mujer de 55 años, como millones de limeños, vino del interior del Perú huyendo de una miseria y se quedó atrapada en otra, la de los cerros de esta megalópolis de 10 millones de habitantes abigarrados. Otros llegaron en los 80 huyendo de la violencia de Sendero Luminoso.

 

Para ellos, que no tienen nada, cada pequeño avance es un mundo. “En mi familia todos vamos a votar por Keiko. Cuando su papá llegó, los niños se sentaban en ladrillos en la escuela. Con él llegaron carpetas, computadoras. Nos dio colegios, luz, agua. Esta era zona roja (dominada por Sendero Luminoso) y trajo al ejército”, cuenta Isabel, que vive en Balcones de Bayóvar. “La hija va a ser como el padre o mejor. Dicen que él hizo cosas feas, pero no sabemos, no tenemos información. Lo que dicen los mayores es que ayudó mucho al barrio”, asegura su sobrina, Carmen, que también votará a Keiko. “Con su papá nos regalaron zapatos, y mejoró la seguridad, antes no se podía bajar de los cerros de noche”, remata Candelaria, otra vecina.

Las elecciones en Perú, un país que pese a su crecimiento en los últimos años mantiene enormes bolsas de pobreza (24% de la población) se deciden sobre todo entre los pobres de Lima y del interior. Allí hay una encarnizada batalla entre Fujimori, con su populismo de derecha –“tengo los pantalones bien puestos para acabar con los delincuentes, los mandaremos a prisiones a 4.000 metros de altura, bien lejos”, bramó en el cierre de campaña con el público enardecido- y Verónika Mendoza, la candidata de la izquierda que critica el modelo económico peruano que mantiene a esos millones de personas atrapadas en la miseria.

Esta batalla casa por casa se ve muy bien en Bayóvar (San Juan de Lurigancho) donde acaba el modernísimo tren que acerca al centro y que contrasta con el paisaje de alrededor: casas de ladrillo y techo de chapa sin acabar, polvo por todas partes, cerros ocupados por miles de chabolas. El miedo se cuela por todas partes. Algunas calles están cerradas con vallas por los propios vecinos para dificultar la entrada de delincuentes en coche.