Caída libre
Y de pronto, Federico se vio a sí mismo, cayendo sobre un abismo, sin la oportunidad de asirse de algún objeto que impidiera su inevitable final; las cosas las comenzó a ver como en cámara lenta, mientras toda su vida pasaba frente a sus ojos como en una especie de desfile negro y tétrico.
Se acordó de su infancia, de aquellos momentos en los que jugaba con los vecinos de su cuadra, sus inolvidables amigos, cuando un pedazo de gis y unas piedras eran el sinónimo de diversión ilimitada, desde el mediodía hasta el ocaso; cuando las pequeñas cosas eran lo que importaba.
Se acordó de su adolescencia, cuando su cuerpo comenzó a experimentar sensaciones, primero placenteras, y después desagradables, los primeros amores, las primeras veces, los amigos que lo acompañaron durante varios años… Todos esos recuerdos comenzaban a quedarse atrás a medida que seguía cayendo.
Aquel abismo comenzaba a oscurecerse, y el desfile de recuerdos seguía latente: recordó la vez que tuvo que abandonar su casa paternal para dirigirse hacia otros horizontes: estudiar una carrera en la universidad, viajar con sus amigos sin otra cosa más que una mochila, un poco de ropa y pocas monedas, cuando conoció a la que es su esposa…
Fue en este instante que se llenó de terror, vio su rostro en diferentes momentos, en diferentes circunstancias, en su primera cita, en la primera vez que salieron a bailar, cuando a la luz de la Luna expresaron su cariño mutuamente, y fue aquella noche, sobre la naturaleza, cuando consumaron la mecánica del amor.
A pesar de los esfuerzos, no pudo encontrar un rayo de esperanza que pudiera salvarlo, que lo trajera de vuelta a la superficie para estar con su amada aunque sea una última vez. Esta vez todo esfuerzo era inútil, se abandonó a sí mismo a su suerte, cerró firmemente los ojos, y esperó pacientemente el final de un túnel de recuerdos.
Una fuerza interna que luchaba por su vida hizo que Federico abriera los ojos: sudoroso, inquieto, tembloroso, Federico se encontraba sobre su cama, respirando frenéticamente, sin comprender lo que había pasado. A su lado, su esposa dormía plácidamente, y en su brazo izquierdo un rasguño, una marca humana, como si alguien lo hubiera salvado.