Mudanza
-¿Ya estás listo?
Felipe miraba fijamente el espacio de lo que antes era una sala, pero que ahora era una especie de salón muy grande, desierto, vacío. Su hermano, Antonio, bajaba de las escaleras, y llevaba entre sus manos una caja pesada de cartón.
-Ya casi. Solo termino de sacar mis cosas y nos vamos.
Se levantó del suelo, se dirigió hacia las escaleras y entró a su antiguo aposento. Aquel espacio vacío de la sala se replicaba en todos los espacios de la casa, incluyendo el de que antes era su habitación. Al fondo, un par de maletas lo esperaban.
Con pasos lentos, Felipe comenzó a avanzar hacia la salida, pero antes de ello, se detuvo a contemplar, por una última vez, toda la vista de aquel lugar que por casi tres años había sido su hogar, su lugar favorito.
Se acordó de la ocasión en que recién había llegado al lugar: en ese entonces, el sitio se encontraba vacío, pero no de la misma forma que ahora. Había algunos muebles, la pintura comenzaba a caerse en algunos puntos, y goteras interminables amenazaban con inundar la casa.
Recordó todas las tardes en que se avocó a mejorar aquellas imperfecciones, y de cómo se sintió orgulloso del resultado final. Fue así cuando aquel hogar se volvió un punto de reunión, de sus compañeros de trabajo, de sus amigos de la universidad, y hasta de aquellas fiestas con desenlaces cómicos.
Fue el lugar en la que finalmente descubrió que la adultez consistía en la adquisición permanente de responsabilidades, que no es cuando uno tiene a sus padres y por arte de magia se tiene la vida solucionada; aprendió a administrar su salario y a pagar las deudas. Y de vez en cuando, una recompensa en forma de pizza aparecía al fin de mes.
Sin embargo, como suele suceder en muchas cosas de la vida, su vida era un ciclo que se debía de terminar: surgió la oportunidad de volver a iniciar de nuevo, un nuevo empleo, una nueva casa, una nueva vida. Pero lo que le costaba trabajo hacer era deshacerse de lo que había conseguido tras todo este tiempo.
-Hermano, corre ya porque está oscureciendo, y tu vuelo ya casi sale –Antonio, con las llaves del auto en la mano, esperaba impacientemente a que Felipe terminara su ritual.
Finalmente, Felipe bajó de las escaleras, echó un último vistazo, y agitando la mano, se despidió de aquellos momentos, se despidió de aquella vida.
-¿Y ahora, qué sigue?
Ambos ya estaban en el auto cuando Antonio le lanzó la pregunta. Felipe solo suspiró.
-El tiempo lo dirá. Supongo.