Diciembre en julio
El sol decidió no salir hoy. En vez de un azul clarito, una densa capa de neblina inundaba el lugar, apenas con la capacidad de percibir lo que había a los pocos centímetros. Los gallos cantaban, los animalitos comenzaban a despertar, pero aquella densidad se antojaba para no levantarse de sus lugares y permanecer un rato más, observando el panorama.
En una de las chozas que había en aquel sitio, un hombre humilde se levantaba, como cada día, a realizar sus labores diarias. Un aire frío se escurrió entre sus huesos, lo que provocó que temblara involuntariamente, y acudiera por su abrigo, ahora guardado en una caja, pues era temporada veraniega.
Después de colocar una olla con agua en su fogón, salió de su casa para ver lo que sucedía afuera: no logró ver mucho, aunque se dio cuenta que el suelo estaba más frío que de costumbre. Una capa de hielo fino cubría –lo que podía ver- parte del verde pasto.
-Viejo, como que hace mucho frio, ¿no crees? –su esposa, también curiosa del extraño cambio, aguardó a su marido en la puerta.
-Está muy raro. Si la semana pasada había sol y algo de lluvia. Pero hoy parece que el clima, pues simplemente se descompuso –dijo él.
De un momento a otro, una ventisca proveniente desde el norte tomó a todos desprevenidos. El aire gélido era tal que obligaba a los que estaban levantados a regresar a sus camas para obtener un poco de calor. Partículas de hielo golpeaban las ventanas, no con la intención de romperlas.
Pasaron cerca de cinco minutos. El frío no había desaparecido del todo, pero la densidad de la niebla al menos había cedido un poco. Aquel hombre decidió volver a salir de su cama para ver lo que había sucedido, y esta vez tomó sus precauciones: tomó una bufanda y una taza con café humeante.
Aquella mañana parecía todo, menos el típico día de verano: los árboles se asomaban tímidamente por los remanentes de la neblina, y dejaban ver en sus ramas capas y más capas de un manto blanquecino, la misma que cubría también parte del prado y los techos. Los gallos habían dejado de cantar, y los animalitos habían vuelto a sus establos.
De pronto, niños cubiertos de gruesas capas de abrigos salieron de sus casas a ver tal magnificencia: corrieron para tocar aquella materia gélida, jugaron con ella e hicieron todo tipo de figuras, mientras que el sol comenzaba a brindar sus pocos rayos. Era oficial: el invierno se adelantó cinco meses.