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LA GENTE CUENTA

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La habitación de Germán se encuentra vacía. Laura, su madre, se recarga con un gesto de absoluta tristeza sobre el marco de la puerta, mientras ve la pulcritud de aquel aposento: la cama tendida, sus objetos personales en perfecto orden, sus zapatos emparejados y acomodados sobre la pared. Una imagen de la Virgen de Guadalupe en el fondo. 

-Amor… ya sal de ahí. No es bueno para ti. 

Humberto, su esposo y su actual apoyo incondicional, la tomaba suavemente de los hombros, con la intención de retirarla de aquel lugar. Ella se negó a su petición. 

-No puedo aceptar que mi hijo ya no esté con nosotros –comenzó a sollozar ella. 

Finalmente cedió, y con el cobijo de su esposo se dirigió hasta la sala de la casa, en donde el resto de su familia la esperaba, todos con la mirada contristada, mirando hacia el suelo. 

-¿Cómo te sientes, Laura? –Maura, su hermana, acudió a recibir a aquella frágil mujer. Ella prefirió no responder, y hundió su cuerpo y sus pensamientos en el sillón. 

De forma casi automática, Humberto se convirtió en el portavoz de la familia

-Querida familia: quiero agradecer en nombre de mi esposa y de mis hijos el hecho de que estén aquí, con nosotros. Es bueno saber que podemos contar con ustedes en momentos como estos. 

El resto de la familia comenzó a murmurar, aseverando tal moción. 

-Y entonces, ¿qué nos queda por hacer? –comenzó a protestar la tía Teresa-. Germán está muerto, y esos hijos de puta seguirán libres, allí deambulando por las calles. 

-Mamá, por favor tranquilízate –intentó calmar los ánimos su hija, Marta-. Sabes perfectamente que nunca vas a poder contra la policía. Este maldito gobierno es un puto cáncer. 

En esos momentos, Luis Alberto y Felipe, dos primos de Germán, llegaron a la casa inmediatamente, llamando la atención de los presentes. 

-Oigan, oigan. Les tenemos noticias

Laura y Humberto se sobresaltaron ante tal declaración. Creyeron que algo malo más iba a pasar. De pronto, Luis Alberto sacó su celular, mientras lo agitaba heroicamente. 

-Familia –habló pausadamente-: finalmente tengo la evidencia.