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LA GENTE CUENTA

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Exceso de pasado 

El pequeño Felipe se ha vuelto a acurrucar en su cama. Esta vez parece que acaba de ver un espectro, pues su rostro se tornó a un color blancuzco casi transparente. Tiembla un poco, y trata de cubrirse con sus cobijas, ante la mirada atónita de sus padres, quienes no creen que es la quinta vez que tiene episodios de este tipo. 

-Debemos hacer algo –imploraba la mamá hacia su esposo, en un gesto de auténtica preocupación. 

-No te preocupes. Es normal que nuestro hijo se angustie un poco. Acuérdate que estamos en una cuarentena, y a él ya le urge salir a jugar –fue la única respuesta. 

Todo inició hace un par de meses. El pequeño Felipe vivía una vida relativamente normal, ocupado entre la escuela y sus juegos de video. No era el chico más amiguero, pero tenía compañía de un pequeño séquito, quizás los más leales entre ellos. 

Pero a pesar de esa aparente normalidad en la que vivía, Felipe era acosado constantemente por sus compañeros de clase: la primera vez, el pequeño se tropezó con uno de los estudiantes más problemáticos de la escuela. Aquel acto de torpeza infantil lo pagó con un viaje sin escalas al charco de lodo. Y ese fue el primer día. 

El tiempo fue pasando, y Felipe seguía siendo atormentado de diferentes formas, ante su propio silencio y a la de los demás en la escuela. Pronto, comenzó a alejarse de todos, comía poco, lloraba con frecuencia y solía mostrar muestras de golpes sobre su cuerpecillo. 

Y la conversación de sus padres nunca cambió de sintonía: cielo, debemos hacer algo. No te preocupes, es normal que se comporte así. Recuerda que es un niño que solo está en pleno desarrollo. 

A pesar de que sus padres se cambiaron de ciudad, y en consecuencia, él cambió de escuela, Felipe nunca cambió su actitud. Su maestra una vez le dijo que “tenía exceso de pasado”: aún se negaba a soltar aquellas cadenas que no le permitían vivir bien. 

Ahora, encerrado por causas ajenas a su voluntad, el pequeño Felipe comenzaba a desarrollar sentimientos de ansiedad. A veces, su mismo pensamiento le jugaba bromas muy pesadas. Fue la primera vez que intentó buscar una respuesta, pero lo que encontró fue la ausencia de sus padres. Los dos debían trabajar. 

Y fue entonces que el internet se volvió su principal consejero. Al principio solía buscar dibujos animados, pero después comenzó a ver sus primeras alternativas de solución: la historia de otro niño, igual a él, que quiso jugar con una cuerda sobre una viga, en donde solo se dejó caer una vez para no volverse a levantar.