Demonios (bitácora de un ocaso)
Basado en un caso actual
El celular de Michelle vibró por enésima vez. Sin embargo, ella no se inmutó: solo se dedicaba a ver por el espejo su marchitado rostro, un rostro que alguna vez fue jovial, lleno de sonrisas e ilusiones. Ahora, un torrente de lágrimas inundaba sus parpados, llegaba a sus mejillas, y de ahí saltaban al suelo.
El dolor se había apoderado de un alma tan joven como ella: tenía apenas 22 años en su conteo. ¿La cruz que cargaba? A su ex novio se le ocurrió tomarle fotos cuando ella y él terminaban de consumar aquel mecanismo del amor, para ser precisos, la primera vez de Michelle.
Ella, sobre la cama, dormida, dejaba ver un cuerpo hermoso. Pero la burla del destino y la malicia de él hicieron que estas fotos se volvieran como un virus: se fue diseminando no solo a uno, no a dos, sino a toda una comunidad. Se volvió un objeto más ante las miradas morbosas de los hombres, y “la puta” de la escuela para las chicas.
Solo tomó cerca de dos semanas para que Michelle pasara de un día ordinario a una pesadilla eterna. Sus redes sociales se convirtieron en el medio de recordatorio de aquel error, con mensajes cada vez más soeces y atemorizantes. Su habitación se convirtió en una especie de fuerte, un castillo en el que, de alguna forma, la hacía sentir segura.
Aquellas voces amenazantes iban subiendo de tono, esta vez para sugerirle que desaparezca de la faz de la tierra, como si nunca hubiese existido. Todos los objetos filosos pasaron por los brazos de Michelle, como una forma de expulsar todo ese dolor interno, aunque sin conseguir nada apenas.
Pero aquella noche lluviosa, después de marcar una última línea sobre sus lastimados brazos, Michelle tomó su computadora, y aunque con dificultad, pero con total determinación, comenzó a escribir una nota muy extensa. Pidió disculpas a su familia y a sus pocos amigos por aquel episodio, y de remate, “ya no quiero ser humana, solo quería ser amada. Gracias por todo”.
El último mensaje a su celular llegó a la media noche. Ella solo observaba atentamente su marchitado rostro por el espejo. Y afuera, las gotas de lluvia arreciaban sobre el suelo. De pronto, un relámpago irrumpió el cielo, luego un ruido seco, como de una explosión. Y después, nada.