Café y soledad
Luis se volvió a anticipar al despertador. La oscuridad aún habita en su cuarto, y en el momento en que se levanta, detecta la respiración pausada de su esposa Rebeca: impasible, tranquila, serena. La mira de reojo con cierta ternura, como cada mañana lo hace. Apenas son las cinco y media de la mañana, el tiempo apremia.
Después de asearse y de prepararse su desayuno y un almuerzo para más tarde, Luis acude hacia el cuarto de su pequeño. En la pequeña cómoda del fondo hay una cantidad numerosa de frascos, todos llenos de jarabes. El padre se aflige por un momento, pero piensa que no hay tiempo de lamentos. Solo le marca un beso en su frente antes de salir.
Regresa a su habitación solo para recoger su ropa y vigilar que su esposa siga dormida, y afortunadamente está tendida sobre su cama, con su respiración apacible. Le deposita un beso en su mejilla, mientras ella alcanza a sonreír al sentir aquel gesto cálido de amor. Un soplo de alivio sale de sus labios de él.
Justo cuando los rayos de sol comienzan a llenar cada uno de los espacios dentro de la gran ciudad, Luis sale de su casa, acompañado de su inseparable triciclo, una olla gigantesca y una sombrilla, y con cierta alegría en su rostro comienza a conducir su vehículo por las calles, mientras que de sus labios emana una canción que, quizás, solo él conoce.
A pesar de que el horario indica hora pico, las calles de la ciudad permanecen casi vacías: nadie se vocifera, nadie agrede a nadie. Solo el ruido de los neumáticos rodando sobre el asfalto. Y mientras tanto, Luis acude a su esquina predilecta para instalarse, y quizás esperar a que haya un poco más de actividad.
Varias personas ataviadas de bata blanca se acercan a él, mientras que tratan de mantener una distancia prudente entre ellos. Comienzan a circular los primeros platos desechables y algunos termos para rellenarlo de café recién hecho. Luis se comienza a decepcionar porque el día de hoy, la afluencia no es suficiente.
A pesar de todo, mantuvo una charla agradable con sus viejos amigos: el que vende los periódicos y el joven que se la pasa limpiando los parabrisas. Todos sufren lo mismo. Y en cuanto vio que ya era tiempo suficiente, volvió a emprender el camino a casa, volviendo a entonar su canción, mientras que la imagen de su pequeño vuelve a invadir su mente.