Home Nuestra Palabra La falla del corazón

La falla del corazón

0

RELATOS DE VIDA

    •    En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo.

    •    Amén.

    •    La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo estén con vosotros.

    •    Y con tu espíritu.

Había comenzado la misa y Doña Juanita, como era habitual se encontraba frente al altar, en un lugar que ella sentía era privilegiado y único para ella, por su devoción y compromiso con la fe católica.
Era una señora como de 60 años, fuerte físicamente y al parecer aún más fuerte de espíritu, nunca faltaba a las misas y mucho menos a los rosarios, además participaba en todas las dinámicas de la parroquia.
    •    Para celebrar dignamente estos sagrados misterios, reconozcamos nuestros pecados. Continuaba la liturgia y Doña Juanita, agachaba la cabeza en significado de reconocimiento de sus fallas hacia la fe.

    •    Dios todopoderoso tenga misericordia de nosotros, perdone nuestros pecados y nos lleve a la vida eterna.

    •    Amén.

Seguía la misa de acción de gracias y la mujer de edad, escuchaba atentamente, entre tanto echaba un vistazo a los que llegaban tarde, mismos a quienes lanzaba una mirada retadora por considerar que su tardanza era una falta a los asistentes y al padre.
La comunión estaba por comenzar, y también fue la primera en encabezar la fila para recibir el cuerpo y la sangre del Señor; regresó a su lugar se hincó y rezó para sí, después se acomodó en su asiento para esperar la parte final, la bendición.
    •    La bendición de Dios todopoderoso descienda sobre nosotros.

    •    Amén.

    •    Podéis ir en paz.

    •    Demos gracias a Dios.

Doña Juanita se santiguó y emprendió el camino a la salida, en la puerta encontró a un pequeño que lloraba y pedía encarecidamente unas monedas para comer, junto a él estaban dos niños más; el trío vestía ropa sucia y rota; sus caras mugrosas, con un mocos secos además de un estado de angustia.
La fiel católica los miró de arriba hacia abajo, hizo una mueca de asco y enunció – no molestes, diles a tus papás que te den de comer, si quisieron tener hijos deben mantenerlos y sácate de aquí, no des molestias en la casa del Señor, a él no le gustan estas cosas.
El pequeño apenado agachó la cabeza, encogió su brazo, abrazó a sus hermanos y caminó hacia el jardín del pueblo, se sentaron en una jardinera y trataron de conciliar el sueño para calmar el hambre, las palabras de la señora acribillaron sus ilusiones.
Doña Juanita los siguió con la mirada y observó como Doña Lucrecia, una mujer alejada de la religión y su némesis, se acercó y les dejó una bolsa, en ella llevaba cobijas, unas chamarras y zapatos de segunda mano, además de unas tortas y agua, los abrazó y prosiguió con su andar.
La fiel católica no daba crédito a lo que había visto, se había dado cuenta que si bien nunca había fallado a su iglesia, fue en la misma iglesia, donde le falló al corazón y a los principios básicos de su Señor: “dar de comer al hambriento y de beber al sediento”.