● La presión de los refugiados sirios empieza a crear tensiones en el país del mundo que acoge a más población huida de la guerra
Las agencias humanitarias del sistema de Naciones Unidas y las ONG internacionales luchan cada día por prestarles asistencia, pero la escasez de fondos y la insuficiente solidaridad internacional hacen que los desplazados se encuentren sin apenas recursos para sobrevivir en su exilio forzoso.
El agua del río Litani ya no corre por las veredas de Saadnayel, en el valle libanés de la Bekaa. En su lugar, por el cauce discurre una pasta espesa y verdosa, salpicada de basura. A un lado se extienden los campos de patatas. Al otro, las tiendas de lona sostenidas por palos en las que malviven decenas de miles de refugiados sirios que han huido de la guerra en su país. Saadnayel es la localidad libanesa con mayor concentración de refugiados sirios: doblan a la población local. A ellos hay que sumar otros 5.000 palestinos que llevan en estas tierras desde su expulsión en 1948.
“La gente aquí es cada vez más pobre. Muchos jóvenes están dejando el pueblo para irse a trabajar al extranjero y los que quedan están pensando en marcharse. No nos sentimos seguros, cada vez hay más robos. Nuestras fuentes de agua se están agotando”.
“Los sirios recogen el agua directamente de los manantiales y no la dejan correr, así que a nosotros no nos llega…”, se queja Riad Sawan, vicepresidente de la municipalidad de Saadnayel. Su lamento recoge el sentir de muchos libaneses, que sufren los daños colaterales de más de cinco años de guerra en Siria, país vecino y antigua metrópoli.
Más de 1,2 millones de refugiados sirios se han instalado en el Líbano huyendo de la violencia. Las escuelas libanesas funcionan con turnos de mañana y tarde para ofrecer educación a los niños refugiados; los hospitales se encuentran al límite de su capacidad y los servicios como el agua y la electricidad -deficitarios en un país que desde hace décadas sufre cortes diarios de varias horas- están colapsados.