LA CIENCIA Y ARTE DE GOBERNAR

“Los partidos políticos tienen como fin…
como organizaciones de ciudadanos,
hacer posible el acceso de éstos
al ejercicio del poder público”.

Artículo 41 Constitucional.

 

En esta época de alta especialización en todos los campos del saber humano, pareciera que las sociedades organizadas sufren una regresión en materia democrática. La vieja consigna “zapatero, a tus zapatos” es imperativo popular: que nadie se atreva a hacer lo que no sabe.

Para realizar bien un objetivo, no se necesita ser profesionista pero sí, ser profesional. En forma creciente, la calidad define el éxito o el fracaso de quien vive de proveer de bienes o servicios a la sociedad. Hacer bien las cosas desde la primera vez es la consigna en un mundo altamente competitivo.

Aunque sumamente desprestigiante la opinión del vulgo, la Política es una de las actividades superiores del hombre; sin embargo, con superficialidad se menosprecia su importancia y se cree que cualquiera, sin preparación puede ser político, incluso estadista y regir magistralmente los destinos de un municipio, de un país, del mundo entero…

¿Qué haría, me pregunto, un individuo que quiere ser astronauta sin la rígida formación que esto requiere? ¿O un simple individuo, para reparar un tubo de agua, sin los conocimientos ni habilidades del plomero? No se puede poner a un carpintero a cortar carne ni a un carnicero a cepillar tablas. Hasta en los más, aparentemente, simples oficios que exige la vida cotidiana se tiene que recurrir al especialista, al profesional. La improvisación conduce al desastre, aunque no falta a quien le gusta jugar el papel de aprendiz de brujo.

Los que se dicen apartidistas desprecian, según ellos, el ejercicio de la Política pero si, un día, alguien les ofrece una oportunidad, aceptarán con gusto “sacrificarse”. Estos especímenes, cuando triunfan, generalmente resultan rotundos fracasos, pues no tienen pasado que los sustente ni futuro político que cuidar. Es una falacia que un ciudadano cualquiera pueda gobernar sólo con buenas intenciones. Simplificar las cosas es el mejor fundamento para decir que todos los gobernantes son ineptos, corruptos, ambiciosos, malintencionados…

La realidad, aunque moleste, enseña que gobernar es asunto de profesionales, no cabe la improvisación. Nadie puede ejercer con eficacia un mandato en solitario, por sabio o poderoso que se repute. El éxito de un dirigente, en mucho, radica en la selección idónea de sus colaboradores. La libertad para elegir equipo es fundamental, pero no siempre posible. Existen grupos, partidos, caudillos, capitales, amigos… que reclaman sendas rebanadas del pastel. Las acciones desestabilizantes suelen ser el precio de una negativa.

Desde que la organización social se consolidó, la idea de un gobierno institucionalizado, más allá de la ley de la selva o de la Ley del Talión (que ya fue un avance) se tenía una idea de que el mando supremo de la República (Platón dixit) debía recaer en la aristocracia (Gobierno de los mejores). Los hombres de bronce tenían que producir para el sostenimiento de todos; los de plata eran guardines, soldados cuya misión era defender la seguridad ante cualquier amenaza y los hombres de oro: Arcontes, filósofos, sabios…debían administrar a la República, mediante la generación y aplicación de las mejores leyes. Antes, Sócrates había dicho: “No hay hombres malos, sólo ignorantes. Quien obra mal es porque no sabe donde está el bien”.

Este esquema, parecería lógico, viable, si efectivamente fueran siempre los mejores, quienes tienen la alta responsabilidad de conducir los destinos de la organización estatal; por desgracia no siempre es así; basta lanzar un vistazo a nuestra realidad cotidiana para advertir cuántos mediocres detentan altos cargos y cuántos políticos profesionales de cualidades superiores están en calidad de desconocidos o francamente marginados porque su talento inspira miedo. A veces son más redituables el servilismo y la estulticia.

No dudo que así como existen músicos empíricos, poetas iletrados, inventores analfabetas que son verdaderos virtuosos, haya quienes, sin antecedentes previos o especial preparación, puedan revelarse como grandes genios políticos, salvadores y supremos conductores de sus pueblos. Pero, a decir verdad, es más fácil encontrar a estos mesías en la mitología que en la realidad.

Históricamente muchas vicisitudes hubieron de transcurrir para que la democracia se transformase de directa en representativa. La concepción teórica y el ejercicio práctico de los partidos políticos consumieron siglos de historia (desde los enciclopedistas hasta Giovani Sartori). A pesar de todo, creo que la democracia los necesita. Además no riñe la participación partidista con la espontaneidad de los ciudadanos sin partido. Los primeros son regla, los segundos excepción. Es importante sí, una reingeniería ideológica y orgánica de los institutos políticos; nuevas estrategias de comunicación con los electores; una reforma profunda a sus procedimientos de selección interna e introspección colectiva a sus códigos de ética. Deben ser, los partidos, espacios de auténtica democracia, al margen de corruptelas y compadrazgos. Repito: es necesario un pragmatismo ético para que las posiciones de poder se repartan de acuerdo con el peso específico de cada grupo, en relación con el Telos del Gobierno.

En conclusión: creo que la ciencia y arte de gobernar, la deben ejercer los políticos profesionales, con ética y preparación integral, dentro o fuera de los partidos.

Related posts