HOMO POLITICUS
La ironía más grande es que existe en muchas personas cuyo desconocimiento o ignorancia, los ha hecho a admirar a Hitler, e incluso a no entender lo que implicó el holocausto
La estupidez casi siempre está investida de ignorancia. En la idiotez más grande se ha subastado en Múnich una chaqueta de Hitler en 600 mil euros que trascendió, fue comprada por dos argentinos.
El evento podría pasar inadvertido si se tratara de un artista, de alguien que no le hubiera hecho daño a la humanidad, pero cuando un objeto adquiere un infausto valor, como lo implica una chaqueta de un criminal, de un genocida, las cosas cambian y empiezan a perfilarse hacia una sociedad que debe ser cuestionada y que no puede admirar el crimen.
La ironía más grande es que existe en muchas personas cuyo desconocimiento o ignorancia, los ha hecho a admirar a Hitler, e incluso a no entender lo que implicó el holocausto, cuestión que cada vez es más perceptible en todo el mundo, donde lo ocurrido en la segunda guerra mundial, ha quedado, inclusive, para el anecdotario, al margen de los principios de conciencia y claridad que debería primar.
En los hechos, Federico Nietzsche había advertido la mutación o transvaluación de valores, apreciando que una sociedad puede invertir valores, por lo que ante la ignorancia, se le cambia el sentido a lo que debe ser fundamental. Veámoslo con exactitud, hoy en Estados Unidos aún después de lo ocurrido en el crimen en Orlando, Florida, existen imbéciles que afirman que lo ocurrido fue positivo porque murieron personas homosexuales, cuestión no sólo aberrante, sino que viola cualquier valor hacia la vida.
Entendamos, vivimos en un mundo donde el hombre no se respeta, que ante los apetitos y egoísmos de mercado lo viola todo, donde se ha perdido la claridad para aceptar la diversidad, lo otro; donde la alteridad como vínculo de unión de los seres humanos; en los hechos, los seres humanos lo hemos prostituido todo, hemos convertido en moneda de cambio a nuestra especie.
Por si fuera poco, el mercado ha trastocado los escrúpulos sociales, nada causa repugnancia, la banalidad y lo superfluo son las constantes de sociedades megalómanas, sin sentido ni aspiraciones salubres; vivimos en la agonía y la podredumbre, eso nadie lo puede negar.