La carta

La carta

Hace unos días, no importa el tiempo, un conjunto de asociaciones de madres que buscan a sus hijos desaparecidos, escribió una carta. Digo que no importa el tiempo porque para ellas y las familias completas el calendario se detuvo en el momento en que supieron que su ser querido había desaparecido. 

La motivación de la carta es la desaparición de una compañera. La “levantaron” no se sabe quiénes y no se conocía su paradero. Los destinatarios de la misma son tres carteles de narcotráfico que operan en una zona determinada de Sonora. Tampoco el lugar es relevante, pues ocurre en todo el suelo nacional. A ellos las madres buscadoras de sus familiares les piden piedad y compasión para ponerse de acuerdo y regresar a la mamá buscadora desaparecida.

En México, hay más de cien mil personas desaparecidas. Las autoridades miran cínicamente para otro lado, como si no existiera esta realidad o no fuera su tarea. Los familiares se convierten, achicharrados por los rayos de sol, en expertos oteadores del terreno, en observadores minuciosos de cualquier detalle que les permita encontrar un pequeño resto, en prudentes escaladores de cerros. Agudizan todos sus sentidos con tal de encontrar de cualquier persona un resto, por mínimo que sea.

Se dirigen a ellos porque saben, por experiencia propia, que quienes gobiernan en muchos terrenos en los que buscan son los carteles. A ellos le solicitan amor y compasión. Reconocen que estas organizaciones delincuenciales han tenido detalles humanistas con las poblaciones en donde se asientan. Porque han visto en ellas atisbos de humanidad, ¡qué paradoja! Se atreven a solicitarles que se unan, platiquen, devuelvan a su compañera a la familia y establezcan bases de vida en paz.

A quienes se benefician de la violencia y de la destrucción vital de miles de personas que consumen su “producto”, a los carteles, se les reconoce la posibilidad de albergar en su corazón sentimientos humanos. Saben que es posible aún, esperar algo de ellos. 

Respecto a las autoridades, la carta no pierde el tiempo. Solo las menciona en una ocasión y es para constatar que no tienen el control del territorio y que no apoyan para las actividades de búsqueda. Quienes por definición deberían ser los más preocupados por el bienestar de los ciudadanos, no cuentan para las víctimas. La experiencia contradictoria de un sufrimiento de este tipo (no importa el tiempo ni el espacio, se espera piedad de quienes generan sufrimiento…), les muestra que son parte del problema y no son parte de la solución. Mejor esperar en la buena voluntad de los narcotraficantes que en el cumplimiento de su deber por parte de las autoridades. 

Sin querer, como se dice en la carta, los ciudadanos saben que el gobierno no cumple; saben que el gobierno está coludido con los narcotraficantes; saben que al gobierno no le importa ni la desaparición ni el dolor de las familias; saben que las víctimas no son visibles para la sociedad y, por tanto, no son importantes, políticamente hablando.

Los estudiosos y los expertos en seguridad podrán sentarse a hablar durante horas sobre la situación en que vivimos. Aparecerán datos que habrán de interpretar. En las mesas de análisis con el gobierno se podrá decir de todo. El contenido de esta carta es asertivo. La palabra de las víctimas es la más potente y clara. No nos perdamos entre las teorías ni las ideologías políticas. La carta nos transmite meridianamente cómo son las cosas.