RELATOS DE VIDA
¡María! ¿Dónde dejaste mi sombrero, se me hace tarde para ir al pueblo? – cuestionaba Nicanor con voz exaltada y un tanto apresurada – ¡Apúrale Mujer que el compadre ya me está esperando!
Lo dejaste en una de las sillas de la cocina – contestó María mientras preparaba el itacate de su esposo, a quien le tocaba ir al pueblo por el mandado de la semana, para lo cual disponía de todo el día.
Era una mañana fresca, el sol resplandecía y sus rayos regalaban un calor soportable que se acompañaba de un ligero viento que esparcía el olor a tierra, agua, hierba fresca y maíz tierno.
Nicanor tomó su sombrero, se lo puso sobre la cabeza, terminó de ensillar su caballo, guardó bolsas y cuerdas y las sujetó a la montura, montó a su fiel corcel, recibió de manos de María su itacate, seguido de su bendición, un cálido beso y se dispuso a emprender camino hacia la casa de su compadre Justino.
A un kilómetro de distancia estaban Justino, Ricardo y Manuel esperándolo – Disculpen la tardanza, no encontraba mi sombrero y María me estaba preparando el desayuno. Vámonos que vamos retrasados – dijo, y comenzaron su recorrido, que en esta ocasión tenía como hecho trascendental las carreras de caballos.
Primero fueron a realizar las compras y después se dirigieron a la Hacienda de Chililico, donde se celebraría la justa, emocionados reunieron dos mil pesos y apostaron al “Pegaso”, caballo de Don Eleuterio, el delegado de la comunidad “Trejo”, donde el cuarteto vivía.
Un disparo dio el inicio a la carrera, el Pegaso lanzaba grandes zancadas, pero un caballo lo adelantaba – ¡Corre Pegasito, dale con la vara, métete, apriétale que apostamos lo de la semana! – Vociferaban los cuatro, y finalmente Pegaso se adelantó y cruzó la línea, provocando euforia y alegría, habían duplicado la apuesta.
Ni tardos ni perezosos, fueron a festejar a la cantina del pueblo, amarraron a sus caballos y entraron al alegre lugar. Eran las dos de la tarde y tenían suficiente tiempo para llegar a la hora anunciada en sus hogares, las seis de la tarde, primero fue una ronda de cervezas, luego una botella de tequila y entre cada copa y salud recordaban la carrera que les hizo ganar 500 pesos, suficientes para el desestrés.
En tanto fuera de la cantina, una jauría perseguía a una canina que estaba en calor, provocando una pelea callejera, los aullidos y ladridos espantaron a los caballos, quienes lograron desatarse emprendiendo la huida, que por instinto los llevó a sus respectivos pesebres, hecho que provocó preocupación en las esposas de los alegres compañeros, y después molestia.
Ya pasaban de las seis de la tarde cuando Nicanor, Justino, Ricardo y Manuel salieron, los caballos no estaban, los testigos de los hechos les avisaron de lo acontecido y no tuvieron más remedio que irse caminando.
Después de dos horas de caminata, a la entrada de la comunidad, las cuatro mujeres esperaban a sus maridos quienes al verlas palidecieron, pues cada una portaba en la mano una vara de membrillo. Desde ese día, quienes realizan las compras son las jefas de la casa.