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La avenida donde Kennedy fue aclamado por los mexicanos

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Mochilazo en el tiempo

El sol del medio día es inclemente: ha calentado el cemento grisáceo de la calle y el viento que sofoca; pero no detenemos nuestro andar sobre la avenida Juárez. A cada paso que damos rememoramos todas aquellas construcciones que ya no existen; las que desaparecieron tras los sismos de 1985, las que fueron reemplazadas por otras más modernas, las que permanecen intactas o en el abandono. Iniciamos el recorrido en la esquina del Paseo de la Reforma, donde se encuentra la “Puerta 1808” —aquella escultura de acero de 15 metros de altura del artista plástico zacatecano Manuel Felguérez y que fue colocada en el cruce con avenida Juárez en octubre de 2007—, y culminamos la caminata, una hora después, en el cruce con el Eje Central, flanqueados por el Palacio de Bellas Artes y la Torre Latinoamericana.
Probablemente, la última generación de adolescentes recuerde a la avenida Juárez por los Reyes Magos que solían instalarse en la Alameda Central durante la época navideña; mientras que generaciones más adultas quizá la recuerde por muchas cosas más, como los Hoteles Regis y Del Prado, o los cines Prado, Alameda y Variedades, de este último su fachada porfiriana sobrevive, mientras que el resto es un cascarón. Y del aspecto histórico, ni qué decir de los innumerables desfiles conmemorativos de la Independencia o de la Revolución que engalanaron la avenida con los colores de la bandera, o el paso de los presidentes de Estados Unidos o Francia para ser aclamados por la multitud que aquí se congregaba.
Es un hecho que los cerca de 850 metros que constituyen la avenida Juárez han sido testigos de diversas transformaciones urbanas al transcurrir de los años y es, sin lugar a dudas, una de las avenidas más importantes y representativas de nuestra ciudad.
– Testigo de los grandes acontecimientos
En nuestro andar sobre Juárez hemos dejado atrás la Plaza de la Solidaridad, espacio que ocuparon el prestigioso Hotel Regis y la tienda “Salinas y Rocha”, y unos metros antes el edificio de la Cienciología en México, donde años antes se encontraba el inmueble que alojaba las oficinas de la compañía relojera H. Steele. Caminamos en la acera contraria a la Alameda Central, pues de ese lado la enorme estructura del Hotel Hilton ataja la inclemencia del sol.
Unos pasos después de lo que ahora es la Secretaria de Relaciones Exteriores, casi frente al Hemiciclo a Juárez, el señor José Luis Pérez, un voceador que tiene su puesto de periódicos sobre avenida Juárez desde 1954, nos recibe fresco pese al calor. Recuerda sonriente, como si todo hubiera sucedido ayer, las edificaciones que vestían los alrededores de su sitio de trabajo.
Don José Luis instaló primer quiosco de diarios frente al ex templo de Corpus Christi, cuando su puesto era de tijera: dos estructuras se unían en lo alto formado un triángulo donde se colocaban los periódicos y revistas. Después, en el régimen del regente de la ciudad Ernesto P. Uruchurtu, cambió a un puesto que se acerca más a la forma actual en el sitio en el que platica con EL UNIVERSAL.
“Sí he visto cómo ha cambiado mucho la avenida, no sólo de los edificios, sino de la gente. Siempre ha habido voceadores y boleros, pero hace como 20 años pasaba poca gente. Venían vendedores, parecía tianguis. Pero todo ha sido un cambio para bien, como ahora”, dice don José Luis señalando los agujeros en el suelo por las reparaciones en el cableado profundo a unos metros de distancia de nosotros.
Incluso, don José Luis recuerda la famosa visita del presidente de Estados Unidos, John F. Kennedy, a México en 1962. Precisamente del 28 de junio al 1 de julio el mandatario, en compañía de su esposa Jackie, visitó el Museo de Antropología e Historia, el Monumento de la Revolución, la Basílica de Guadalupe y disfrutó del ballet folclórico de Amalia Hernández en el Palacio de Bellas Artes.
Fue el 29 de junio de 1962, cuando el presidente Kennedy pasó por avenida Juárez. Ahí lo vio don José Luis apenas unos segundos. Fueron muchas las personas que se dieron cita en las aceras de la vialidad para ver al mandatario norteamericano.
La nota de aquel acontecimiento publicada en EL UNIVERSAL justo describe que fueron 15 kilómetros los que recorrió Kennedy, de pie, a bordo de un coche descubierto, agradeciendo las demostraciones de simpatía popular. Desde el aeropuerto hasta la residencia presidencial de Los Pinos, durante una hora y cuarto, el mandatario no escuchó otra cosa que aclamaciones, aplausos, vítores.
“Todo México estuvo ahí, podría decirse ante la imposibilidad de precisar una cifra que definiera con exactitud a la muchedumbre que llenó sin dejar hueco todo el Boulevard del Aeropuerto, Fray Servando Teresa de Mier, 20 de Noviembre, Plaza de la Constitución, Cinco de Mayo, Avenida Juárez, Paseo de la Reforma”, se lee en la nota publicada el 30 de junio de 1962.
Con esa visita presidencial se daban por terminadas las fricciones del problema cubano que en el seno de la Organización de Estados Americanos se habían provocado entre México y Washington.
Pero a Kennedy no fue al único presidente que don José Luis vio pasar a unos metros de su puesto de periódicos. “Vi de muy cerquita al francés, como se llama… ¡Ah! Charles de Gaulle. Ese día había mucha gente esperando para verlo”, narra el hombre de más de 70 años.
Fue el día que pisó territorio mexicano, el 16 de marzo de 1964, cuando el general y presidente de Francia, Charles de Gaulle recorrió avenida Juárez a bordo de un Mercedes Benz descubierto, mientras una lluvia de papelitos multicolores lo bañaba. La visita que duró hasta el 19 de marzo entabló por vez primera las relaciones bilaterales entre México y Francia.
El voceador recuerda a los dos mandatarios levantar las manos para saludar a toda la gente reunida a lo largo y ancho de la avenida Juárez. Mucha gente aventaba papelitos de colores desde las azoteas de los edificios cercanos, en las ventanas de los restaurantes se veían los carteles de los dos presidentes. “Todos los que presenciamos ese evento gritábamos muy fuerte”.
Don José Luis rememora también que varios puestos de periódicos aquel día estaban tapizados de portadas de periódicos que le daban la bienvenida al mandatario francés; en especial la de EL UNIVERSAL.
En el apacible amanecer del 19 de septiembre de 1985, antes de las 7:19 de la mañana, todo parecía normal, la vida en la ciudad no esperaba tener cambio alguno, los trabajadores de todos los oficios que se alojan sobre avenida Juárez (boleros y voceadores) se preparaban para acomodar sus espacios de trabajo, los habitantes la Ciudad de México deambulaban entre las calles, algunos presurosos, otros somnolientos, los relojes incrustados en edificios públicos, como el H. Steel, ticteaban su segundero con eficaz precisión, todo era tan normal hasta antes de las 7:19.
Un leve mareo alertó a don José Luis de lo que vendría. Un sonido agudo le tomó por sorpresa y de tajo le regreso a la realidad. Don José Luis era el testigo de la “tragedia más devastadora” que la ciudad haya vivido. Apenas iba a llegar a su puesto de periódicos, pero ante la situación ya no llegó y se regresó sobre sus pasos para ir a buscar a su familia. Recuerda los gritos, las sirenas de las ambulancias.
Tras el temblor su puesto permaneció cerrado y después ni un solo día posterior a la tragedia dejó de trabajar; aunque en diferentes puntos de la avenida, donde pudiera a su vez ayudar, de alguna forma, a la reconstrucción de la avenida. “Estaba aquí. No lo cerré. Seguí vendiendo. La gente quería informarse, saber, leer el periódico”, concluye don José Luis.

Texto: Xochiketzalli Rosas y Mario Caballero