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La aparición que inspiró un museo en Azcapotzalco

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Mochilazo en el tiempo

Perdido en uno de los extremos de la Ciudad de México, apenas cobijado por los árboles del Parque Tezozomoc, encontramos al edificio que alberga una parte del pasado de Azcapotzalco.
Inaugurado en agosto del año pasado, este museo contiene piezas arqueológicas de un acervo que le antecedió y cuya historia contaremos el día de hoy: la del “Museo Arqueológico Príncipe Tlaltecatzin”.
El jueves 5 de abril de 1984, hace 35 años, una llamada telefónica al Departamento de Salvamento Arqueológico del INAH denunció que en Santa María #181, colonia Santa María Malinalco, Azcapotzalco, se exhibía un esqueleto y otras piezas arqueológicas desenterrados ahí mismo, cobrándose entre cinco y 200 pesos.
Al día siguiente acudieron al lugar cuatro arqueólogos quienes reportaron que el museo se encontraba en el gallinero de una humilde vivienda y que, en efecto, exhibía una osamenta humana cuya tibia tenía atravesada una pieza de obsidiana, además de vasijas de barro, objetos metálicos y huesos de animales.
El responsable de tal excavación, Octavio Romero, contó a los arqueólogos que dicho hallazgo fue dirigido por el ánima de un príncipe tepaneca llamado Tlaltecatzin quien se le apareció porque “quería que lo sacara para que se le hiciera un museo en Azcapotzalco, con una placa en donde se dijera que no había sido traidor”.
Octavio relató que se trataba del ánima del hijo del último gobernante de Azcapotzalco quien para salvar a su padre se convirtió en guía de los españoles, durante la Conquista.
El príncipe le contó que fue herido durante la Noche Triste por los suyos al considerarlo traidor, “desde Tlatelolco se vino en canoa, herido, por eso tiene la flecha en la pierna”. El personaje supuestamente murió porque la flecha estaba envenenada.
Después de escuchar a los implicados, los arqueólogos se llevaron el material y mandaron los huesos al Departamento de Antropología Física, donde se determinó que la causa de muerte no fue envenenamiento, sino un avanzado proceso infeccioso-inflamatorio provocado por sífilis. Se concluyó también que el fragmento de obsidiana incrustado posiblemente fue introducido para aliviar la inflamación. Posteriormente, los restos fueron exhibidos en el Museo Nacional de Antropología como pieza del mes en octubre de ese año.
En los informes entregados al INAH se lee la inminente conclusión de los arqueólogos: por las contradicciones históricas que presenta el relato, no puede ser verídico.
Aunque los huesos del supuesto príncipe tepaneca permanecen hasta la fecha en la Dirección de Antropología Física, ubicado en el Museo Nacional de Antropología, el señor Octavio continuó con la exhibición de piezas arqueológicas que él mismo encontró a lo largo de su vida y que algunos vecinos le donaron.
Bajo la filosofía de compartir sus hallazgos, en la vecindad donde habitaba, ubicada en la primera cerrada de Tula, Santa María Malinalco, estableció lo que se conoció como “Museo del pueblo”, cuenta Yolanda García Burgos, cronista de la demarcación.
En 1996, por órdenes del entonces regente del Distrito Federal le fue dada en comodato la construcción de la calle Libertad #35, en la colonia Del Recreo, para que viviera y expusiera su colección. A este lugar se le nombró “Museo Príncipe Tlaltecatzin”.
El recuerdo del lugar queda entre muchos de los pobladores e interesados en la historia de Azcapotzalco, como Guadalupe Robles, quien relata emocionada la experiencia de visitar las cuatro salas del museo, siempre con la guía de Don Octavio quien contaba lo aprendido en sus múltiples visitas al Archivo Documental delegacional.
Era un “museo casero” donde las fichas técnicas de las piezas estaban hechas a mano o eran sencillas impresiones realizadas por él mismo.
Tras la muerte del señor Octavio en 2011, el museo cerró sus puertas y el predio quedó en abandono.
En agosto del 2018 se inauguró el Museo de Azcapotzalco, proyecto conjunto de la entonces delegación y el INAH. Ubicado en un extremo del Parque Tezozomoc, contiene piezas que pertenecieron al “Museo Príncipe Tlaltecatzin”. A pesar de ello, en ninguna de las fichas del recinto se hace mención a su origen.