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José Saramago: el agitador de conciencias adormecidas

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José Saramago: el agitador de conciencias adormecidas
El escritor portugués JOSE SARAMAGO, durante una rueda de prensa tras obtener el Premio Nobel de Literatura 1998. EFE/Oscar Moreno

 Amalia González Manjavacas  EFE Reportajes

José Saramago, de quien se celebra el centenario de su nacimiento, es sinónimo de compromiso con el ser humano y de coherencia, y como añadía su amigo Mario Benedetti “y de valor para mantenerlo”, un escritor que explora e interroga con inteligencia la historia de su país, la realidad social y las motivaciones más profundas y contradictorias del individuo. Su compromiso político le costó la persecución y la censura de la dictadura de Salazar hasta 1974.   

No negaba su pesimismo, pues en él no era más que su antídoto contra la indiferencia ante las injusticias, tanto que su obra se convierte en constante denuncia del “mal funcionamiento del mundo” y la necesidad de cambiarlo para “estar al lado de los que sufren”.  

“Los escritores viven de la infelicidad del mundo. En un mundo feliz, no sería escritor”, decía el maestro de la ironía, que aseguraba escribir para “desasosegar profundamente al lector”.

ESCRITOR TARDÍO 

Nacer en el seno de una familia de campesinos en una aldea al norte de Lisboa, influyó de manera decisiva en el pensamiento del escritor, que pese a ser un buen estudiante no pudo acabar el bachillerato por los escasos recursos económicos de sus padres que lo matricularon en una formación profesional para que aprendiera un oficio. Aun así, no dejó nunca de leer en la biblioteca nocturna.

José de Sousa, trabajó como mecánico, cerrajero, funcionario, traductor y periodista hasta que ya en los años sesenta pudo vivir exclusivamente de la literatura. El reconocimiento no le llegó hasta cumplidos los 60 años en 1982, cuando publicó “Memorial del convento”.  

Sus novelas más reconocidas vieron la luz en los noventa: “El Evangelio según Jesucristo” (1991), cuya polémica lo empujó a abandonar su país, y “Ensayo sobre la ceguera” (1992), en la que una misteriosa pandemia, la ceguera blanca, una ceguera extremadamente contagiosa que pese a los esfuerzos del Estado por frenarla, adquiere unas dimensiones de auténtico drama humano, toda una metáfora y crítica hacia la sociedad que aún en la desgracia más absoluta sigue enferma de egoísmo y corrupta. 

En 1998 recibió el Premio Nobel de Literatura y se convirtió en el primer y único escritor en lengua portuguesa en conseguirlo. Su discurso fue una encendida defensa de la dignidad del ser humano, “insultada todos los días por los poderosos de nuestro mundo”, una disertación que comenzaba con el recuerdo de su abuelo y sus orígenes humildes: “El hombre más sabio que he conocido en toda mi vida no sabía leer ni escribir”.

DONDE LO ESTRAFALARIO SE VUELVE COTIDIANO.

Cuando en 1992 se asentó junto a su mujer, Pilar del Río, en la isla canaria de Lanzarote, coincidió con la apertura internacional de Saramago sobre todo con América Latina. Argentina, Brasil, Colombia, Chile, Cuba, México, Perú y Uruguay son algunos de los países a los que viajó el autor portugués quien mantuvo una gran amistad con Mario Benedetti, Gabriel García Márquez y Carlos Fuentes. Para Fuentes, Saramago “era muy exigente consigo mismo, tanto a nivel personal como a nivel profesional, por lo que sus trabajos tenían una calidad altísima ininterrumpidamente”.

La capacidad creativa de Saramago fue inagotable, siguió escribiendo hasta el final de sus días. Un año antes de morir, a finales de 2009, publicó “Caín”, una irónica reinterpretación del personaje bíblico muy alejada de la religión que, como en el caso de “El Evangelio según Jesucristo”, no gustó a la Iglesia. Se trataba de una novela muy aguda y brillante, escrita, a su manera, seguida, sin puntos y aparte ni signos. Caín aparece andando de un sitio a otro y atravesando diferentes presentes mientras Dios brilla por su agudeza e inteligencia. Aun así, fue criticada por la derecha portuguesas. “Las religiones nunca han servido para acercar al ser humano”, decía el autor.  

Escéptico y pesimista empedernido, Saramago será siempre recordado por su compromiso con los menos favorecidos y por unas obras de alta calidad que ayudaron a revalorizar la lengua portuguesa. Un hombre que militó en el Partido Comunista porque, como él decía, estuvo siempre del lado de los perdedores, que levantó su voz contra las injusticias, el conservadurismo, la Iglesia y los grandes poderes económicos.