“Busco la magia de la imperfección”.
Joaquín Sabina.
En mayor o menor grado conocemos a Joaquín Sabina, quien nació en Úbeda, España, en 1949 (es muy joven, tiene casi mi edad). Sus facetas de cantautor, trovador, bohemio… lo proyectan como una de las figuras más destacadas de la música contemporánea. La venta de más de diez millones de discos y su trayectoria unida a figuras como Joan Manuel Serrat, justifican la Medalla de Oro al Mérito de las Bellas Artes, que recibió en su tierra natal, con un admirable discurso en octosílabos, aunque en Chile alguien dijo que él era “profeta del vicio”.
Todo lo anterior oculta deliberadamente a la que, considero la más brillante palabra para definir su poliédrica personalidad: Poeta.
Hace pocos días, en búsqueda sin objetivo fijo, encontré en prestigiada librería un audiolibro que se llama “Volando de Catorce” el cual resultó una compilación de sonetos que Sabina escribió mientras se recuperaba de un derrame cerebral, el cual le impedía subir a los escenarios. Treinta y seis por catorce: quinientos cuatro versos, que recita con su voz característica. Según él mismo dice: son líneas “que calientan el corazón”.
Con múltiples temas logra sonetos, a mi juicio, de alta calidad literaria, sin perder sus características personalísimas. Rompe esquemas, pero cae prisionero en la cárcel de catorce rejas, con endecasílabos, ritmo, rima y métrica perfectos. No respeta las mayúsculas iniciales, en versos de arte mayor, ni la distribución de consonancias entre cuartetos y tercetos que imponen los modelos clásicos; también se permite algunas otras excentricidades. La musicalidad en cada metáfora, arranca a quienes amamos este género, espontáneas expresiones de admiración y envidia (de la buena o de la mala, no lo sé).
Por su origen español; por su impresionante dominio del idioma, frecuentemente recurre a expresiones arcaicas, a regionalismos sui géneris y a ingeniosos neologismos que dan a las figuras poéticas agilidad, frescura y gracia.
Por su enciclopédica cultura, juega con autores y obras de las letras universales, audazmente los coloca en los contextos más inverosímiles. Así aprendí, por ejemplo, que la bellísima metáfora del “polvo enamorado” se acuñó en la pluma del conceptista Quevedo, en el Siglo de Oro español y no en un bolero mexicano.
Él es y será:
Joaquín irreverente.
Joaquín sacrílego.
Joaquín sarcástico.
Joaquín irónico.
Joaquín alburero.
Joaquín musical.
Joaquín creativo.
Joaquín maestro del idioma.
Joaquín artista.
Joaquín, eterno…
Me permito tomar, casi al azar, dos ejemplos:
ALREDEDOR NO HAY NADA.
El moño, las pestañas, las pupilas,
el peroné, la tibia, las narices,
la frente, los tobillos, las axilas,
el menisco, la aorta, las varices.
La garganta, los párpados, las cejas,
las plantas de los pies, la comisura,
los cabellos, el coxis, las orejas,
los nervios, la matriz, la dentadura.
Las encías, las nalgas, los tendones,
la rabadilla, el vientre, las costillas,
los húmeros, el pubis, los talones.
La clavícula, el cráneo, la papada,
el clítoris, el alma, las cosquillas,
ésa es mi patria, alrededor no hay nada.
SILICONA.
Ni imploro tu perdón ni te perdono,
ni te guardo rencor ni te respeto,
si tardo en devolverte el abandono
repróchaselo al tono del soneto.
Rompe la veda, ensánchate, respira,
falsa moneda mancha a quien la acuña,
las heces de un amor, que era mentira,
no merecen el luto de una uña.
Ni sembraré de minas tu camino,
ni comulgo con ruedas de molino,
ni cambio mi mar brava por tu calma.
El matasanos que esculpió tus tetas,
de propina, lo sé por mis tarjetas,
te alicató con silicona el alma.
Mayo, 2017.