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Inventar, disfrazar la realidad

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Inventar, disfrazar la realidad

LAGUNA DE VOCES

El cielo arde por las mañanas, y en la tarde, casi al anochecer, deja pasar colores de plata. Ha sido muy diferente al de otros años, o tal vez sea el mismo de siempre, pero hay más tiempo y ganas de mirarlo, quedarse minutos en el jardín, con los ojos puestos en el cielo, y la certeza de que algún ángel nos saludará con alegría, porque en tantos viajes que realiza del amanecer a la oscuridad, muy pocos seres humanos se toman la molestia de alzar la cabeza en espera de algún milagro. Buena parte de nuestro tiempo lo ocupamos en mirar pantallas, grandes, pequeñas y hasta diminutas, en espera de que Google, Siri, o quien sea detrás de esas imágenes, nos dé la solución para tantas y tantas cosas que no comprendemos, que no entendemos.

El sol quema los cielos, la luna los hace transparentes, hojas de luna que dictaba Sabines para el bien dormir, o el bien morir. A veces no es en las primeras horas, sino antes, unos minutos antes de que la plata lunar pinte el anaranjado por su color, su esplendoroso color que presagia asuntos mágicos.

Hay que tener no solo tiempo, sino voluntad para dejar las pantallas titilantes, y guardar en los ojos un poco de estrellas, de luna, de sol, de nubes, las que arden y las que pinta la plata. Eso amerita un montón de cosas, pero también nada, como no sea la posibilidad de parar la marcha, bajar del auto si es el caso, acostarse en el pasto de cualquier parque, del jardín si se tiene, y admirar, admirarse, felicitarse porque en vivo, a todo color y con todos los efectos especiales de la vida, es posible atiborrarse de luceros, de ángeles que gustosos interpretan un baile entre las nubes.

Sin embargo, lo sospecho, nadie lo hará, o muy pocos, o los de siempre.

Porque si al problema del dinero le sumamos que en 2024 habrá elecciones por todos lados, esas que otorgan y quitan poder; esas que ciegan hasta al alma más bonachona, tendremos que reconocer que, desde hace mucho, muchísimo tiempo, que dejamos de levantar la vista al cielo cuando andamos por las calles. Que, si antes la dirigíamos al piso, hoy está presa de tanto aparato que, precisamente, tiene como gran objetivo hacernos ajenos a la realidad.

Y así no se puede, no se debe vivir. Porque no es vivir, así de fácil y contundente.

Ahora resulta que no solo es renegar de la lectura de libros, sino de la magia del cielo, la de la realidad que no queremos ver, si no es a través de un filtro que, nos aseguran, pueden hacer crecer es mundo con la inteligencia artificial.

Artificial al fin. Igual que las plantas de plástico, que implican la flojera de regar algo vivo. Eso es, lo vivo no nos interesa, solo lo inventado o creado, o de a mentiras. Y así no se puede.

Así que (ya anocheció, por cierto), tal vez estemos condenados a no aceptar la vida, la de sangre y huesos, y aceptar con humildad no disimulada, sino absolutamente honesta, que nacimos para inventarnos todo, a nosotros mismos incluso.

Mil gracias, hasta mañana.

Mi Correo: jeperalta@plazajuarez.mx/historico/historico

X: @JavierEPeralta