Inteligente y Rebelde

Terlenka
    •    La inteligencia no sólo suma, resta y recuerda, sino que comprende, sospecha, bosqueja escenarios y propone límites a la circunstancia que la limita con miras a una posible trascendencia o a la creación de una nueva teoría


He escuchado, en infinidad de ocasiones, afirmar sobre alguno (a) que se trata de una persona inteligente. No lo dudo, pues de entrada todos los seres humanos parecen serlo. Sin embargo, cierta desconfianza de mi parte se halla justificada, pues la mayoría de las veces los ejemplos del aclamado ser inteligente resultan bastante decepcionantes. Creo que una inteligencia sostenida solamente en la lógica rigurosa, en la velocidad de una respuesta verbal, en el algoritmo predecible o en la exhibición de la amplia memoria no resulta suficiente, si no se toma en consideración la circunstancia social, histórica y subjetiva que contempla toda la vasta imaginación humana. La inteligencia no sólo suma, resta y recuerda, sino que comprende, sospecha, bosqueja escenarios y propone límites a la circunstancia que la limita con miras a una posible trascendencia o a la creación de una nueva teoría. Ustedes no saben lo estúpido que es mi iPhone cada vez que quiere corregirme o “pensar” por mí, ni el desencanto que me despierta la inteligencia artificial (creada para simular el funcionamiento de la mente humana, no para suplantarla). Yo, como el humilde primate que soy, utilizo el iPhone como un sartén o un trasto viejo para cocinar tocino y papas, o sólo como un teléfono para que mis amigos más cercanos me hostiguen con sus llamadas.
Me resulta un tanto paradójico, más que anacrónico, coincidir casi en su totalidad con las ideas del filósofo napolitano Giovanni Battista Vico (1668-1774) —pobretón y escritor a sueldo— al menos en cuatro ideas que se encuentran relacionadas con la concepción de la inteligencia, el ser y el lenguaje:
1).- Que no existe una naturaleza única y objetiva del hombre y que ésta es modificable, al menos en varios aspectos. 2).- Que actuar también es pensar y construir caminos hacia la comprensión del mundo que nos contiene. 3).- Que en realidad existe un lenguaje común entre los seres humanos (pese a aquellas pedantes traducciones que buscan transmitir en una lengua, distinta a la original, un mensaje puro o inalterable). 4).- Que no hay nada parecido a principios eternos en la ética, sino acercamiento verbal, conversación y compromiso. ¡Ay, Vico!, si tuvieras que escuchar a los inteligentes de la actualidad volverías a la Italia del siglo XVIII a vender tus escasas pertenencias con el fin de publicar tus libros.
Otra de las extravagancias que llaman mi atención es el hecho de que alguien se refiera a otra persona como a un ser rebelde (el ridículo se hace evidente, o aumenta, cuando alguien lo afirma acerca de sí mismo, pues tal declaración además de causar sonrisas involuntarias, es muestra de la inocencia o candidez de quien se arroga a sí mismo un papel semejante). No creo que exista una rebeldía legítima o digna de tomar en cuenta, si no reconoce de antemano el objeto de su rebelión; es decir: “contra qué o contra quién se rebela el rebelde”. ¿Cuantos títeres de su propia ingenuidad van por allí arrogándose motes semejantes, cuando en esencia sólo se rebelan contra el “inconveniente de haber nacido” o contra la extrañeza que les causa “estar en un mundo que les es hostil”? Aún así, esta clase de rebeldes sin causa son respetables per se, tanto el payaso metafísico, como el inconforme continuo, el respondón pavloviano o aquel que acostumbra practicar la gimnasia de la provocación. Todos ellos están en nuestro “mundo” y son capaces de influirnos, lastimarnos o lanzarnos por la incómoda ruta de un camino empedrado. Quien hace de la rebeldía una profesión o una santidad puede, por supuesto, adquirir en algunos casos un sentido invaluable e inspirador, pero no puede arrogarse el papel de Cristo incendiario o de profeta del bien eterno sin causar, al menos en mí, una enorme desconfianza (les sugiero leer Diario del ladrón, de Jean Genet, en caso de que deseen enfrentarse a un verdadero escritor criminal). Yo practico la desconfianza por naturaleza, la sospecha constante, y no doy nada por sentado hasta que la guerra contra los inteligentes y los rebeldes de migajón me agota o me destruye. Diría, para terminar este escrito idiota y sumiso, que antes de subirse al ring habría que saber por qué está uno sobre el cuadrilátero y contra quién va uno a pelear, de lo contrario no seremos más que mártires, temerarios o marionetas dominadas por hilos que no conocemos.

Related posts