LA GENTE CUENTA
Un hilo de humo proveniente de un cigarrillo circula hacia el techo, pero antes de que llegue, se difumina en el aire formando espirales. Dentro de esta atmósfera bohemia, Gabriel se encontraba sentado, meditabundo, inexpresivo, con las manos sobre el teclado de una vieja máquina de escribir.
Una montaña de hojas y más hojas sobresalían de su escritorio, un pequeño mueble que por más de 40 años resintió los teclazos de aquel vejestorio, resonando historias simples y complejas, alegres y tristes, tranquilas y furiosas, y que ahora servía como un apoyo ante un Gabriel inerte y un cigarrillo a medio fumar.
Los ojos grises y cansados de Gabriel tenían poco brillo, escondían una preocupación, quizás insignificante, pero lleno de inquietud: comenzaba a perder la imaginación. De un momento a otro, su máquina de escribir dejó de escucharse. Solo reposaba sus manos sobre las teclas que en algún momento regalaba las más bellas palabras.
Una hoja en blanco se colocaba en frente de él, retadora, esperando el momento en que Gabriel decidiera tapizarla con letras y más letras, como su costumbre. El hombre resopló un poco, modificando un poco el trayecto del humo de su cigarrillo; su mente parecía no quererle responder.
Así habían pasado más de dos horas, inmóvil, suplicando por que apareciera su imaginación como un pequeño destello de luz que lo ayudara a salir del abismo del pensamiento. Su frente fruncida comenzaba a dar muestras de desesperación. Su razón de ser la había perdido, al parecer para siempre.
Abatido por su frustración, decidió regresar a su habitación, pero al manipular un libro por accidente cayó al suelo. Con dificultad lo levantó, pero una pequeña hoja salió de su sitio. Gabriel alzó aquel pedazo: había un dibujo con trazos infantiles, con cinco figuras humanas y en el fondo lo que parecía un parque.
De pronto, lo que consideró perdido regresó a su cabeza como una ráfaga. Olvidó el cansancio de sus ojos, de sus pies, de su cuerpo y volvió a aliarse con su eterna compañera, resonando en todo el salón aquel ruido mecánico. Y de repente, los trazos de aquel dibujo comenzaron a cobrar vida.