Home Un Infierno Bonito INFIERNO BONITO

INFIERNO BONITO

INFIERNO BONITO

“EL CACAMA”

Polo era un joven con cara de indio, prieto, gordo, chaparro y necio. Le decían “El Cacama”, porque de chiquito le ganaba en la cama. 

Estaba casado con Josefina “La Conchuda” y vivían en el barrio del “Atorón”. Ella no podía tener hijos. Pero se levantaba temprano, para ponerle sus tacos a su marido, que trabajaba en la mina, ella siempre andaba de metiche o echando desmadre con las vecinas. Al “Cacama” le gustaba mucho el box y cada ocho días se iba al gimnasio a entrenar y de vez en cuando se echaba sus copas o su pulque con sus cuates. 

Cuando llegaba de trabajar, buscaba a su vieja y les preguntaba a sus vecinos:

  • Oiga Pachita, ¿no está por ahí mi vieja?
  • Sí, ahorita le aviso que ya llegó.

Salía corriendo y se levantaba, colgándosele del pescuezo y le daba de besos, casi lo doblaba.

  • ¡Qué bueno que ya viniste! Estaba muy preocupada por ti, como eres medio pendejo, estaba preocupada de que te agarrara un carro, vámonos para la casa.

La señora era muy alegre, moviéndose, como bailando una cumbia, le servía la comida.

  • ¿Cuándo me llevas a bailar, viejo?
  • ¿Bailar? Si no soy oso.
  • ¡Como serás, me cae que ya tiene mucho tiempo que no me llevas a una tardeada, a echarnos un danzón. Escucha esa música, vamos a bailar!
  • ¡Ay, pinche vieja loca!

Lo jalaba de la mano.

  • ¡Estate quieta, mientras voy al baño, echa en mi petaca una toalla, voy a ir a entrenar!
  • ¡No vayas ahora, mejor llévame al cine, van a pasar una película de Pedro Infante!
  • ¡Para la otra semana, es que me eché el compromiso con mi compadre!
  • ¡No seas malo! Quiero ir a ver esa película, me encanta La Chorreada y Chachita, también ver a La Guayaba y La Tostada, que me recuerdan a tu jefa y a tu hermana.
  • ¡Ya te dije que para la próxima semana, y me cae que nos quedamos a verla dos veces!

Normalmente pasaban por él unos amigos y se iba a la Arena Afición, hacían unos rounds de sombra, de pera, de costal y brincaba la cuerda. Un día le dijo “El muerto”, que era manager de boxeo:

  • Anímate “Cacama” y te arreglo una pelea para el sábado, se ve que tienes punch.
  • ¡Juega el gallo!
  • Me cae que vas a ganar una lana según las entradas, pero después si sales bueno, te vas a llover los puros pesos.
  • ¿Cómo quieres que te llamen?
  • “El Indio Cacama” así me conocen todos.

Llegó a su casa muy contento, pero a la que no le pareció nada fue a su señora, ese día tuvieron el primer pleito en varios años de casados.

  • ¡No chiquito todos los pinches boxeadores quedan tocados de tantos madrazos, con orejas de coliflor y chatos como perros bull dog. Eso no lo voy a permitir!
  • ¡Pero si no es que lo permitas, ni te estoy pidiendo permiso, me voy a dedicar al boxeo, ya la mina me tiene hasta la madre! Todo el santo día trabajando como pinche burro por una madre que me pagan, y con una pelea lo que gano en un año, lo puedo ganar en 15 días.
  • Pero, ¿qué no entiendes que te puede pasar algo? Con un golpe en la cabeza vas a quedar como un pinche loco.

La discusión iba subiendo de tono:

  • Si sigues de necio con tus peleas, te dejo, me voy con mi mamá.
  • ¡Lárgate de una vez, nadie te detiene, con eso quieres asustarme, pero el que manda en la casa es el hombre!
  • A mí no me vas a correr, cabrón, ya no le busques ruido al chicharrón, acuérdate que soy tu esposa delante de un juez, y de Dios, porque estamos bien casados. Por eso tengo derecho a meterme en tu vida.
  • ¿Qué? Pinche vieja hueca, ni siquiera has sido capaz de darme un hijo.

La señora se puso colorada, se le rozaron los ojos, se levantó bien encabronada y le dio una cachetada al “Cacama” que se le cimbró la cabeza.

  • ¡Cállate!

“El Cacama” se sobó el cachete y le dio un golpe en la mandíbula a la señora, que hizo sus ojos al revés y cayó noqueada, la dejó tirada y se salió del barrio, su cabeza era una olla de grillos, no sabía qué pensar, tenía ganas de llorar, tenía coraje, estaba arrepentido. 

Se sentó muy triste en la banqueta, mirando para un solo lugar, por ahí pasó “El Borrego” y le pegó en la espalda:

  • ¿Qué haces ahí como perro, hijo? Hijolé, estás chillando. ¿Qué te pasa, calabaza?

“El Cacama” suspiró muy profundamente.

  • ¡Nada!
  • ¿A quién quieres engañar? Yo te conozco, mosco.
  • ¡Es que tuve un pleito con mi vieja, estábamos platicando, me agarró en un mal momento y le puse un madrazo a su tamaño y la dejé tirada!
  • Así pasa, pero luego, las pinches viejas no comprenden a uno. Vamos a la cantina a tomarnos unos tragos, muchas veces estamos acelerados y el alcohol nos controla.

Se aventó las tres de ordenanza y regresó a su casa, en el camino iba pensando la forma de hacer las paces con su señora. Tenía instantes de arrepentimiento y otros de coraje.

Al entrar, su señora estaba sentada en la orilla de la cama, tenía los ojos como de cuyo, de tanto chillar y su cara hinchada por el golpe que le dio, parecía como si le doliera una muela. 

“El Cacama” se le acercó y la quiso abrazar, ella le aventó la mano y se levantó, se fue hacía la cocina, sin darle tiempo a que le hablara. “El Cacama” hizo la mano para atrás y se recostó en la cama. Así pasó el tiempo, no podía dormir pensando en miles de cosas, recordando lo que había pasado, se animó y se fue a la cocina por su vieja, que todavía lloraba subiendo y bajando el moco.

  • ¡Ya vente a dormir, perdóname, me sacaste de onda!
  • ¡Nunca te voy a perdonar que me hayas pegado y más que me hayas gritado que soy estéril, eso tú ya lo sabías, pero estabas de rogón de que nos casáramos.
  • ¡Ya, perdóname, se me salió!
  • ¡Déjame sola, no estés chingando!

“El Cacama” se fue a recostar y le ganó el sueño, al otro día muy temprano se despertó y vio a su vieja que estaba en su silla, agarró sus tacos y se fue a trabajar, mientras la señora hizo maletas y se salió de su casa, una de sus vecinas le aconsejó:

  • ¡Piénsalo bien Josefina, se pelearon por una pendejada, no vale la pena que te vayas. Deberías de ver que chingas me pone mi viejo y creo que lo quiero más!

Sin entender razones, la señora se salió de la vecindad, “El Cacama” sintió su ausencia, pero su orgullo hizo que nunca la buscara, a pesar de que la quería mucho, rompió todas sus fotografías y mando a la chingada todo lo que le recordaba a ella. Así pasaron los meses y “El Cacama” se dedicó a la bebida, lo corrieron del trabajo, andaba desarrapado, mugroso y se dormía a donde le agarrara la briaga. A pesar de ser joven, demostraba la figura de un pobre viejo.

Pasaron los años y es un teporocho, que ya los labios se le pusieron como de chango, de tanto tomar aguardiente, por ahí anda deambulando fuera de las cantinas, quedándose tirado a media calle. Es mi amigo y cada que lo veo lo saludo y me amenaza.

  • Hola Gatito Seco, ¿me la curas o tomo agua?

Y este es otro de mis personajes del barrio, que por una pendejada, destrozó su vida.