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Incertidumbre

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FAMILIA POLÍTICA
Los partidos políticos en su momento fueron escuelas de disciplina y lealtad.  Hoy parecen lastres sobre las espaldas de ciertos iluminados.  Se gesta, en la moda, una especie de caudillismo ciudadano; las organizaciones civiles aspiran a ser fuerzas corporativas que sustituyan a los partidos de los cuales reniegan; las lealtades personales tienen precio o fecha de caducidad.

“Me gusta andar
pero no sigo el camino
pues lo seguro ya no tiene misterio”.

Facundo Cabral.

La incertidumbre (duda, perplejidad…)  es tan antigua como el ser humano.  Creo que es la madre de todos los miedos.  En el terreno de la especulación, veo a un hombre primigenio preguntándose si el sol que ve morir renacerá al otro día, o si sus hembras volverían a ser las  mismas después de un tiempo de inusitada gordura cuyo clímax era el advenimiento de un nuevo miembro del clan.  Cuando la experiencia transforma las dudas en certezas, éstas se asimilan a la costumbre, al seguro camino de lo cotidiano.
A diferencia de las otras especies animales, el homo sapiens un día se dio cuenta de que su “ayer”, su “hoy” y su “mañana” estaban llenos de incertidumbre.  Las dudas en relación con su pasado, su presente y su futuro formaron parte de su propio ser.
En nuestra cultura occidental, los presocráticos se preocuparon por el origen del SER: ¿De dónde vienen, el mundo, el universo, y cuanto existe? – Todo proviene del agua, contestaba Tales de Mileto. –   No es así, “el aire es el principio”, decía Anaxímenes.  Empédocles complementaba: “el umbral generador está en los cuatro elementos: agua, aire, tierra y fuego”.  Este grupo de filósofos pasó a la historia, porque buscó el origen de la materia, en la materia misma, a diferencia del concepto judaico cristiano, que atribuyó, en el Génesis, la creación del mundo al espíritu de Dios (un ente sin materia).
En el pasado, en el presente y en el futuro, hay más preguntas que respuestas, más dudas que certezas.  Ante la incertidumbre se pueden asumir dos actitudes: la primera, una resignación impotente ante la fatalidad de las circunstancias y la segunda, una actitud científica de reto.  Los filósofos griegos, principalmente Aristóteles, para contestar las preguntas existenciales construyeron hipótesis, generaron la inducción y la deducción como instrumentos metodológicos para arrancar sus secretos a la naturaleza y al propio espíritu humano.  Después, la Edad Media encerró en la oscuridad de los claustros conventuales toda la sabiduría acumulada en la antigüedad.
Tuvo que llegar el Renacimiento y con él, el Racionalismo, cuyo principal exponente, René Descartes aplicó principios epistemológicos, para sistematizar sus propias dudas (Duda Metódica).  El filósofo comenzó por poner todo en tela de juicio: (las ciencias, la filosofía, las matemáticas, la religión…).  Así nació el célebre silogismo: “Dudo, luego, pienso.  Pienso, luego, existo”.  La incertidumbre fue garantía de razón y por lo tanto, certidumbre de existencia.

En estas bases se nutrió el enciclopedismo francés, que guillotinó a la monarquía y abrió camino a la democracia.
Este sistema, del cual Winston Churchill dijo que era el peor de los posibles, con excepción de todos los demás, por su propia naturaleza, es generador de incertidumbre.  Vargas Llosa definió a México como “La dictadura perfecta”, entre otras cosas, porque durante más de medio siglo hubo elecciones, cuyo resultado todo el mundo conocía de antemano, de manera indubitable.  El Instituto político dominante no terminó con los comicios, ni se hizo “Partido de Estado”, simplemente generó estructuras individuales y corporativas que le permitían ganar, “haiga sido como haiga sido”.
En el México de hoy, la democracia, con todas sus imperfecciones es productora de miedos y esperanzas; ambas categorías subdividas en racionales e irracionales:
El miedo puede tener cierto sustento racional, cuando se basa en argumentos políticos, económicos, sociales, culturales, ideológicos, estadísticos… tanto en el ámbito nacional cuanto en el internacional.  En otro orden de ideas, muchos mexicanos sentimos temor ante el cambio, pero también ante la permanencia.  El miedo irracional, carece de análisis; simplemente es resistencia a lo desconocido o temor a que las cosas empeoren, por inercia.
La esperanza también tiene dos vertientes: la actitud intelectual de quienes aspiramos a un México mejor, alejado por igual de la hipocresía y del cinismo.  Aunque parezca utópico, un país sin corrupción, sin inseguridad, sin desempleo… La esperanza puede ser irracional: ansia del cambio por el cambio mismo; pensar en los “qué”, sin reparar en los “cómo”; presunción de saber en contra de qué estamos, sin precisar hacia dónde queremos ir; ansiamos el cambio sin considerar que, puede ser de reversa o hacia adelante rumbo al precipicio.
Los partidos políticos en su momento fueron escuelas de disciplina y lealtad.  Hoy parecen lastres sobre las espaldas de ciertos iluminados.  Se gesta, en la moda, una especie de caudillismo ciudadano; las organizaciones civiles aspiran a ser fuerzas corporativas que sustituyan a los partidos de los cuales reniegan; las lealtades personales tienen precio o fecha de caducidad.
En el espectro de candidatos, con o sin Partido, parte de los mexicanos, no nos sentimos representados por ninguno.  A pesar de todo, los cuatro respaldaron la postura del Presidente Peña frente a las groseras agresiones del caudillo imperialista.
En este escenario  La ciudadanía pensante votará por quien le parezca menos malo.  ¿Será la mayoría?
En el ambiente previo a la elección se presiente, el voto de la enajenación, del odio, del hartazgo…  La Nación vive en la incertidumbre; el aire huele a miedo.

P.D. Reanudo mis artículos, después de una enriquecedora jornada académica.

Abril, 2018.