
El Faro
Todas las palabras que usamos tienen su propia historia. Así como una de las primeras instalaciones o maneras de vivir que tenemos es el lenguaje, también lo es el contexto real en que vivimos.
La palabra que nos ocupa en esta columna es de origen griego y tuvo principalmente dos significados y usos. Uno primero, más apegado a la etimología, tiene que ver con la capacidad de dedicarse a los propios asuntos, de centrarse en los intereses que a una persona le preocupan. Llevado al extremo este sentido, podemos referirnos a alguien egocéntrico que no mira más allá de sus propias necesidades. El resto del mundo no existe o no es relevante.
Por derivación, aparece el segundo de los significados. Éste, se refiere a las personas que por no tener posibilidad económica no podían ocuparse de la “cosa pública”, de la administración de los bienes comunes. Literalmente solo se ocupaban de sus asuntos. Poco a poco este sentido fue derivando hacia una connotación peyorativa que terminaría en como podemos entender hoy la palabra.
El pasado domingo día 5 de junio, tuvimos la oportunidad de elegir a las autoridades que durante años estarán rigiendo los destinos de nuestro estado. Los dos sentidos que hemos mencionado de la palabra idiota pueden hacerse presentes en nuestro estado.
El primero puede corroer la intención y el propio ejercicio de los políticos. No es raro pensarlos ensimismados en sus intereses, en sus discursos, en quedar bien, en adornar su imagen, en aparecer en público como si fueran semidioses, en buscar repartir justicia “cuasidivina” a todos los que están a su alrededor, en ejercer de manera omnímoda el poder que la ciudadanía les ha conferido a través de su voto libre… Esto implicaría, si fuera cierto, que realmente el político y la autoridad no se preocupa por el bien de todos, por la cosa pública (res publica). Así sus acciones deslegitiman la delegación que los ciudadanos les han conferido en las elecciones.
El segundo significado puede afectar a la ciudadanía. Como no hay manera de cambiar las cosas (ni modo…), como la situación no va a mejorar, como los gobernantes siempre van a robar, sean del partido que sean, como no me quiero ensuciar con esas cosas que no me interesan…, simplemente no me preocupo de lo que no me importa y dejo que los gobernantes hagan lo que todo el mundo sabe que van a hacer: robar.
Tanto el peligro del político como el del ciudadano, nos hablan del ensimismamiento enfermizo de las personas y de las sociedades que poco a poco se van haciendo un poco más precarias, más desintegradas y propensas a las luchas y violencias. ¿Será algo así lo que nos está pasando en México y en Hidalgo? ¿Así es y será nuestro futuro?