Huachicol: voces y sentires de la tragedia

FORO ABIERTO

En Tlahuelilpan hizo explosión una cara de esta “economía del crimen” que durante décadas fue coexistiendo paralela y con vasos comunicantes a la economía del mercado, donde la gente no importa y las víctimas siempre son “daños colaterales”. La destrucción física, moral y psicológica, el arrasamiento de comunidades y familias ha sido la constante. Y es conociendo y escuchando las voces de los actores sociales como se puede comprender “el México de abajo y de dentro”.

A más de una semana de la explosión de un ducto de Pemex en San Primitivo, Municipio Tlahuelilpan, las cicatrices están abiertas, la comunidad está enlutada, el silencio reina con los olores fétidos y el dolor se siente en toda la población. Es poco factible que la comunidad regrese pronto a “la normalidad”. El nuevo gobierno federal se adelantó a presentar un programa social a 95 municipios donde prolifera el huachicol.
La urgencia gubernamental, sin embargo, debe recuperar los contextos y la vida cotidiana de la población de las zonas huachicoleras, así como también los efectos destructivos que trajo el neoliberalismo y el gobierno corrupto en las individualidades, en las conductas e identidades de los mexicanos.
Es necesario reconstruir las memorias y las narrativas existentes ante la posibilidad de un cambio institucional. Estamos ante “nuevas subjetividades sociales”, es decir voces, sentimientos y comportamientos reales, de jóvenes, mujeres y familias que sucumbieron ante el olvido gubernamental y se hundieron en la “economía negra” que se basa en compra y venta de combustible robado, pero que se extiende a toda actividad ilícita que se suman al narcotráfico pero también dependen de expoliar a las administraciones públicas o la industria privada.
Hubo un hecho previo que refleja la magnitud del daño a la economía moral, un camión que transportaba ganado en una carretera de Veracruz chocó con otro vehículo que llevaba migrantes, los pobladores se acercaron, vieron la oportunidad, sabotearon la caja y dejaron salir las reses; las escenas son que entre varios individuos sujetaron al animal y con sendos machetes lo descuartizaron para llevarlo (14 enero). El refrán mexicano dice: “es tan culpable el que mata la va como el que le agarra la pata”.  Escenas de bandidaje y rapiña se han repetido por el territorio, fueron quedando en la sorpresa y en la impunidad.
En Tlahuelilpan hizo explosión una cara de esta “economía del crimen” que durante décadas fue coexistiendo paralela y con vasos comunicantes a la economía del mercado, donde la gente no importa y las víctimas siempre son “daños colaterales”. La destrucción física, moral y psicológica, el arrasamiento de comunidades y familias ha sido la constante. Y es conociendo y escuchando las voces de los actores sociales como se puede comprender “el México de abajo y de dentro”.
Con la explosión se hicieron conversaciones en redes sociales sobre la catástrofe y fue lo que ganó terreno, pero las voces y sentimientos de las personas, de los familiares fueron desdeñados y fuertemente discriminados. Muy pocos periodistas han regresado al día después, a los días posteriores a la tragedia, en donde se vive una cotidianidad propia de situación de guerra: devastación, dolor, tristeza, desolación.
En un clip que circuló profusamente Efraín Rodríguez, un campesino dijo “Aquí murió gente inocente que ni carro tiene” (El Universal, enero 19). Expone la idea de inocencia de mucha gente que se acercó a ver un espectáculo con un geiser de gasolina: “Se oía desde la tarde que había gasolina y mucha gente corría y muchos familiares fueron (al lugar de la toma clandestina), nunca imaginaron que esta explosión iba a suceder; gente que ni carro tiene, gente inocente que se dedica a esto. Yo vengo porque tengo familiares que no han llegado a sus casas”.
Comprender lo que ha significado para algunas familias el vincularse con esta “economía negra” lo dice Marycruz, la esposa de una persona calcinada, menciona que no es la primera vez que se presentaba el evento de recolectar combustible de forma ilegal, aunque nunca esa práctica había terminado en tragedia como ocurrió el 18 de enero pasado, y entre lágrimas pidió que el presidente López Obrador (AMLO): “mejor apoye a los huachicoleros”, viendo esta actividad como habitual, en este tipo de regiones donde el empleo es precario.
Las nuevas políticas sociales para estas regiones deben de deslindarse del antiguo régimen, deben valorar la voz y sentimientos de los actores, y dejar de ver las víctimas como hechos contingentes, en que “el homicidio es tan impersonal como el aplastamiento de un mosquito” (Arendt). Construir una nueva institucionalidad social requiere no imposiciones clientelares, sino trabajar y reconstituir el tejido social con los individuos y las familias.

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