RETRATOS HABLADOS
No hay nada como hacer que funcione un discurso con tendencia a transformarse en una conciencia colectiva, para ver disminuido uno de los pocos espacios donde el hombre de poder puede salvar un poco de la lucidez que aún le queda, con todo y los riesgos que implica para quien ha decidido elevarse arriba de la simple casta de los mortales, tomar en serio las voces que aun tienen la voluntad y capacidad de señalarle errores en su camino hacia quién sabe dónde.
Es cierto, el devenir de la humanidad en su conjunto, de un país, no habrá de modificarse por obra y gracia del ejercicio periodístico, porque además su función no es ir al lado del iluminado que cree haber dado inicio a una revolución de las conciencias, porque a la postre, termina por convertirse en un simple eslabón de una de las tantas aventuras por el poder, siempre cimentada en un supuesto espíritu de justicia.
No hay tal y lo sabemos. La historia se repite una y otra vez de una manera machacona, ajena incluso a variantes, porque ha logrado entender que la memoria de una sociedad es endeble, corta y sin voluntad alguna de cambiar.
Por eso padecemos de manera cíclica los mismos desvaríos, la misma locura frenética que contagia a quien se le pone enfrente, incluso a los que creíamos sensatos, ligados a una historia personal donde la prudencia era guía permanente, pero también la inteligencia.
El trabajo periodístico puede tomar dos caminos de manera constante: unirse a la marea de los que, cegados por la soberbia y vanidad, están ciertos ser poseedores de la verdad, o bien ir al lado contrario, donde también se asumen como los únicos dueños del camino verdadero. Y lo sabemos, ninguno de los dos, tienen vocación alguna por escuchar voces disidentes.
Por eso lo afirmamos una y otra vez: el periodismo debe contar historias de las personas, del ciudadano. No, jamás creerse la versión antigua de que son la voz del pueblo porque, insisto, el pueblo como le entienden los hombres y mujeres de poder, es una masa moldeable, incapaz de pensar, sí de reaccionar a dádivas con un gesto automático de asentimiento, o una mano levantada para ir con el líder ultra terrenal a donde quiera.
Va más simple el asunto.
Debe ser la posibilidad de hacer en palabras la historia de una sola persona, de quien simplemente, como dice la canción:
“El que apretó una tuerca con acierto
El que dijo de pronto una palabra
El que no le importaba ser un hombre
Sin hijo, ni árbol, ni libro
Sin hijo, ni árbol, ni libro”.
Porque solo a partir del reconocimiento del individuo, del uno, no del colectivo sin rostro y por supuesto con historias inventadas, será posible reencontrar el camino, la vocación de reconstruir la palabra a partir de la que tiene cada una de las personas que nos acompañan en este difícil arte de vivir.
Mil gracias, hasta mañana.
Correo: jeperalta@plazajuarez.mx/historico/historico
X: @JavierEPeralta