Mujeres de cera
Cerca del año 2000, en un pueblo llamado Tlaxcomicht se investigaba el caso de más de 20 mujeres desaparecidas en menos de una semana; Susana Rivera era la encargada para el caso y había de dirigirse hasta el lugar de los hechos para descubrir qué estaba pasando en aquel alejado lugar.
Fue en una mañana fresca de agosto cuando Susana conoció por primera vez Tlaxcomicht, y desde el momento en que descendió del camión una sensación de escalofríos recorrió todo su cuerpo, presentía que algo malo le podría pasar y al querer escapar dio la vuelta pero el camión ya iba demasiado lejos.
Las calles empedradas y casas antiguas lucían completamente desiertas, ni una sola alma a la vista. ¿Dónde estarán todos? Se preguntaba al tiempo que miraba un cartel de una exposición en honor a las mujeres desaparecidas. Este lunes a las nueve de la mañana en el auditorio de palacio municipal Sait Antoin presentará sus figuras de cera recordando a nuestras esposas, madres e hijas desaparecidas. Seguramente ahí estarán todos, se decía Susana mientras caminaba en busca del lugar.
Al llegar, una población de apenas 100 personas escuchaban atentas el discurso de un francés quien hablaba sobre el dolor de las familias por no saber nada de sus allegadas, consolaba a aquellos desesperados que pedían solución o pronta resignación. En tanto Susana se mantuvo atenta al espectáculo hasta que algo en una esquina llamó su atención.
20 figuras hechas de cera mostraban el rostro de las ausentes; bajo cada una de ellas una fotografía con una pequeña semblanza escrita por sus familiares suplicaba su regreso.
Volvió a mirar al escenario y la gente ya se marchaba; sin que nadie se diera cuenta de su presencia se fue siguiendo al francés hasta una pequeña choza a una cuadra del palacio, se metió para investigar quién era esta persona y qué hacía en un lugar tan alejado.
Adentro, cientos de fotografías pegadas sobre una pared la sorprendieron, todas ellas de mujeres.
Más al fondo un fétido olor le delató los 20 cuerpos de las damas desaparecidas que colgaban sobre enormes hornos de agua hirviendo, ahí permanecía únicamente la piel y ligeramente de ellas brotaba poco a poco la grasa natural de su cuerpo que era absorbida por una manta y de donde se obtenía el material para producir las figuras de cera.
De pronto una mano fría se posó en su hombro y sin pensarlo salió corriendo asustada; mientras huía envió todo el material que había capturado, por lo que no se dio cuenta que corría en círculos hasta que de golpe se detuvo al chocar con el pecho de un hombre.
Todo pasó muy rápido, despertó con un insoportable dolor en el pecho, y se dio cuenta que colgaba sobre un horno, pero mientras perdía el conocimiento vio a lo lejos un rostro conocido que se aproximaba hasta donde estaba.