RELATOS DE VIDA
-¡Hay Fiesta! Y se ve que va a estar re buena – dijo José a su vecino y amigo de la infancia, Francisco, quien iba saliendo de su casa con rumbo a la escuela.
-¿Fiesta? ¿de quién? – cuestionó Panchito, como le decían en la vecindad.
-Pues de Mari, desde la mañana hay mucho movimiento en su departamento, entra y sale gente, ya trajeron sillas, mesas, refrescos y vaporeras, yo creo que deben ser tamales.
-Pues si, se ve que estará re buena, al menos en la tragazón; pero ¿sabes a qué hora empieza o qué se festeja?, porque yo salgo hasta las ocho de la escuela, para que venga de volada para acá.
-¡Mmmmm! Eso no lo sé, pero en cuanto la vea le pregunto y te mando un wasapaso para confirmarte, y pues a lo mejor te puedas salir antes de clase para que le empecemos temprano.
-¡Jajajajaja! Sale, al cabo ya es viernes, no pasa nada si me salgo unas horitas antes de la escuela; pues entonces ya me voy y espero el mensaje.
Los jóvenes chocaron las manos y se dieron una palmada en la espalda, abreviando el abrazo; y ambos partieron rumbo a su destino, la escuela y la tienda.
Pasaron cuatro horas y Pachito seguía esperando el mensaje de José, pero aunque revisaba repetidamente el celular, no llegaba ninguna notificación, lo que le impacientaba, porque ya se había hecho a la idea de concluir antes de las actividades escolares. – Que raro que no escriba, se me hace que a este wey se le olvidó mandarme texto, mejor termino clases y ya caigo cuando esté bien buena la fiesta – pensó en silencio, mientras trataba de poner atención al profesor.
Por fin terminó el horario escolar, tomó su mochila, incorporó la libreta, libro y lapicero, se levantó de la butaca y la colgó en la espalda para poder salir corriendo.
En el camino se imaginaba que al llegar escucharía la música a todo volumen, el sonido de las cervezas al chocarlas y claro, a su amigo esperándolo para integrarlo al festejo, aunque aún no sabía de qué se trataba.
Sin embargo lo que vio fue mucha gente sentada, pero sin música, en total silencio, con la cabeza cabizbaja; no había cervezas sino café; sí estaban los tamales y también cajas llenas de piezas de pan de dulce.
Al interior del departamento se oían lamentos y rezos, al entrar entendió por qué Jorge no le había escrito, no era una fiesta, era un velorio, la abuelita de Mari había fallecido en la madrugada, simplemente se quedó dormida.