Se cumplió un siglo del natalicio de la artista Leonora Carrington y su fecunda obra visual no ha sido lo suficientemente asimilada en México y en Inglaterra, su país natal; varios círculos académicos apenas muestran interés por conocerla. Estas fueron algunas de las conclusiones del panel internacional “Leonora Carrington a 100 años” que se llevó a cabo este jueves en la Biblioteca México.
Los ponentes recordaron que la artista llegó a México en 1942, en medio de la Segunda Guerra Mundial y después de haber estado internada en un hospital psiquiátrico, lo que marcaría su obra literaria y pictórica, aderezada de una herencia celta irlandesa.
El destino agregó el elemento México, su cultura prehispánica y el misticismo de la muerte que plasmó en ese mundo surrealista al que pertenecía, junto a personajes como André Breton, Joan Miró, Pablo Picasso y Salvador Dalí, entre otros, a quienes conoció de la mano de Max Ernst, uno de sus amores de juventud.
A esa concepción artística, que algunos definieron como “radical y experimental”, agregó deidades aztecas y mayas; el crisol de iglesias coloniales y el simbolismo de una herbolaria milenaria, fruto de paseos interminables por el mercado de Sonora, a donde gustaba de llevar a sus visitas del extranjero.
La historiadora Laura Martínez Terrazas recordó que en la década de los 50, la crítica de arte Raquel Tibol dijo convencida que “México prefirió la pintura de manos femeninas”, para ensalzar las obras de Carrington y Remedios Varo, una española exiliada como ella, y con quien tejió una amistad entrañable.
Gabriel Weisz, hijo de Leonora y director de la Fundación que lleva su nombre, enfatizó el gran recibimiento que le dio un país hasta entonces desconocido, donde se involucró de manera decidida en el movimiento estudiantil del 68, si bien esa solidaridad no permeó su trabajo.
Y sin embargo, dijo, “existe un silencio visual” de México hacia las pinturas de Leonora, no así en su legado literario, que ha sido más asimilado.