Haití, a 10 años de resurgir bajo los escombros

Este 12 de enero se cumplieron 10 años del terremoto que devastó a Haití. Mientras en la ciudad de México transcurría la tarde y conversábamos, en una sobremesa, sobre el golpe de Estado en Honduras contra el presidente Zelaya en junio de 2009, con quien entonces fuera embajador de México en ese país, Ricardo Tarcisio Navarrete Montes de Oca, que había sido llamado y permanecía en la cancillería; en aquel preciso momento en Haití, un terremoto de 7.2 grados en la escala de Richter, seguido por dos réplicas de 6 y 5.7 grados que terminaron destruyendo lo que aún se mantenía de pie, provocaba muerte, dolor y desolación.

Estaba lejos de imaginarme la magnitud de aquel movimiento telúrico y jamás pensé que unos días después sería parte de aquella tragedia, junto a soldados y marinos mexicanos que acudimos a prestar auxilio. Los daños causados por aquel sismo registrado a tan solo 8 kilómetros de profundidad a menos de 15 kilómetros de Puerto Príncipe, fueron devastadores y las cifras oficiales dieron cuenta de más de 315 mil muertos, algunos de los cuales días después se podían ver aún entre las ruinas de la ciudad o tirados sobre las calles; además de alrededor de 350 mil heridos; lo cual profundizó la pobreza del país más pobre del hemisferio occidental y las contradicciones económicas, políticas y sociales, que terminaron empujando a miles de haitianos a abandonar su país.
En ese entonces, toda la comunidad internacional reaccionó y la ayuda se multiplicó, incluida la de México. Trabajaba en la Cancillería, en la Subsecretaría para América Latina y el Caribe, y seguramente, los años que viví en Cuba, mi dominio del francés y mis buenas relaciones con los funcionarios de la Dirección General para América Latina y el Caribe, fueron los que me llevaron a Haití para apoyar los trabajos de la ayuda mexicana a los damnificados desde la embajada.
Salimos por la tarde en un avión de la marina y en la madrugada ya estábamos en lo que quedaba del aeropuerto de Puerto Príncipe, donde había aviones de todos los tipos y de todos los tamaños; soldados y marinos de diferentes países iban y venían descargando víveres; mientras los oficiales del ejército mexicano, con quienes había llegado, admiraban el tamaño del avión militar estadounidense Lockheed C-5 Galaxy.
En los primeros momentos de la catástrofe el aeropuerto se había convertido en campamento de todas las delegaciones militares llegadas a ayudar a los haitianos. Precisamente ahí, el hoy Vicealmirante Abraham Eloy Caballero Rojas, jefe de estado mayor de la Quinta Región Naval, había organizado la llegada de la primera ayuda mexicana y luego de estudiar la situación reinante, definir los puntos clave para distribuir la ayuda e instalación de las cocinas comunitarias, llegaron más militares y marinos, cuyo trabajo posterior fue determinante para apoyar a los campamentos de refugiados, proporcionándoles alimentos y víveres para que sobrevivieran.
Sólo bastaron 20 minutos para destruir pueblos y ciudades, para desaparecer a Puerto Príncipe. No estuve en México durante el terremoto de 1985, por lo que, hasta antes de llegar a Haití sólo los recuerdos de la devastadora guerra contra la dictadura de Anastasio Somoza ocupaban mi mente, no había visto tal destrucción y pobreza. Puerto Príncipe era una ciudad sin sistema de drenaje, con las aguas negras corriendo por las calles, con playas llenas de desechos plástico. Recuerdo una insólita figura de una joven de unos 20 años, desnuda completamente, bañándose en las aguas negras que bajaban por una calle, como la expresión de los trastornos mentales que el terremoto provocó entre la población y la deshumanización entre ella, pues nadie acudía a ayudarla.
Los daños fueron valuados en 7 mil 900 millones de dólares, en un país de casi 11 millones de habitantes, donde según la ONU, 3.7 millones no tienen alimentos para comer y 34 mil personas siguen en los albergues para refugiados del terremoto. Nadie puede estimar hoy el monto de la ayuda que llegó a Haití entonces; en los primeros días del sismo se hablaba de millones y millones en ayuda humanitaria; hoy algunas cifras indican que al menos unos 12 mil millones de dólares se han materializado en más de 2 mil 552 proyectos; pero lo cierto es que, no hubo control sobre la ayuda brindada y todos desconfiaban de la honestidad del gobierno y sus funcionarios; por lo que, mucha de la ayuda en especie México la entregó directamente a los damnificados o a organizaciones religiosas que los atendían.
La embajada de México en Puerto Príncipe fue el sitio de operaciones para hacer llegar la ayuda a Haití. Después del campamento en el aeropuerto, los marinos potabilizaron el agua de la alberca y situaron su campamento alrededor de ella, mientras que los civiles dormíamos sobre el piso en las oficinas; un mes después llegaron catres traídos de República Dominicana; las noches eran frescas pero cortas, pues frente a la embajada estaba un campamento de refugiados y cada madrugada, después de las tres, los cantos de los haitianos nos deportaron; eran coros que pedían compasión a sus dioses y luego venía el bullicio de las personas hacinadas que buscaban algo que comer.
En aquellos días, en medio del desastre humanitario y la desorganización, no pude dejar de evocar que, a sólo 400 kilómetros, se encontraba Cuba, donde la organización de su sociedad les permitía no sólo tener otro nivel de vida, sino enfrentar exitosamente los fenómenos naturales. En Haití, pese a los esfuerzos de los gobiernos, como en todos estos casos, la corrupción pulula, los víveres desaparecieron, el dinero se esfumó y surgieron nuevos ricos; en tanto que, la pobreza se profundizó con el aumento del descontento social. Aun cuando algunos llegamos a suponer que esa tragedia sacaría del olvido internacional y de la pobreza a Haití, el ciclo de violencia y pobreza ha seguido su curso.

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