
LAGUNA DE VOCES
Dicen que el aire guarda el último suspiro de todos los muertos, y que es posible descubrir el lugar a donde decidieron dirigirse en ese justo instante que se deja el mundo de los vivos. Afirman que es la única fórmula comprobada para saber el paradero de los que, como se dice coloquialmente, se nos adelantaron en el camino. Así que el mundo está lleno de suspiros y con todo que pueda existir la certeza de que éste o aquél se fue al cielo, tendrá que ser sometido a un sinnúmero de pruebas para comprobar que su actual domicilio se ubica a la diestra de las nubes.
A veces, en vida, suspiramos porque extrañamos algo de la infancia, de la juventud, de la vejez a la que nos negamos a entrar, pero que nos llama cotidianamente con los brazos extendidos y aquí sí que no hay forma alguna de darle la vuelta.
Se dice que la existencia humana es un suspiro por su fugacidad, porque no da tiempo de nada, porque se escapa y se va cuando apenas le agarramos el gusto. Entonces vienen los suspiros que regamos por todos lados, extrañados de no saber hacía dónde conducen los miles de caminos que se nos atraviesan a cada instante.
Eso confunde a quienes han tenido la ocurrencia de identificar a cada ser humano que vivió y murió en la tierra desde que es tierra, porque engañan, no son los que se dejan al partir, y al contrario, representan los hechos más hermosos en vida.
Se suspira por amor fundamentalmente, por lo que es, lo que fue, lo que ya no será, lo que tal vez se convierta en una realidad superior a todo. Suspirar es extrañar fundamentalmente, y el que se muere lo hace porque extraña la vida que acaba de perder.
¿Cómo será el suspiro que usted, yo, todos los que de algún modo nos conectamos a través de este escrito, haremos en el momento final, ese que sabemos no tiene retorno? ¿Será triste, aunque la sabiduría popular asegura que nunca son alegres?
O tal vez un simple suspiro del que pierde el aire, porque si analizamos con paciencia, el suspiro deja escapar el postrero aliento. Es decir no jala, no hincha los pulmones. No, se trata del momento justo en que el alma sale del cuerpo para instalarse en quién sabe qué lugar.
Sería bueno abrir una tienda de suspiros para toda ocasión, donde seguro el más vendido sería ese que deja la identidad del difunto, igual que cuando se apaga la luz y se cierra la puerta del lugar donde dormimos y esperamos despertar al otro día, sin que recibamos la funesta noticia de que exhalamos el último suspiro sin saberlo.
Pero siempre se sabe.
Por muy sorpresiva que llegue la muerte, se sabe que abrir los ojos de espanto o de gozo, son el antecedente directo a ese último suspiro.
Así que mejor suspire por el día, la neblina, el frío, el sol, las estrellas, la luna, el firmamento, los hijos, la esperanza. No se canse de suspirar para que no llegue el último y luego entonces se vaya para siempre.
Intente convertir su vida en suspiros porque le darán la certeza de que está vivo, de que jala aire y el alma sigue ahí, adentro del cuerpo, con todos sus juegos mágicos.
En el mundo hacen falta suspiros de simple fe en la vida.
En nuestras vidas los que hacen que cada día nos levantemos con la necia certeza de que todo irá bien, de que todavía guardamos en el pecho cientos, miles, millones de suspiros.
Suspirar garantiza estar vivo. De eso no hay duda. Dar el último suspiro, por el contrario, de que ya nos fuimos, y tampoco hay duda en eso.
Mil gracias, hasta mañana.
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