¿Ha habido algún líder más ridículo en la historia?

Opinión de John Carlin

    •    Pasan los días, uno se despierta por la mañana, y ahí sigue Trump


Lo más increíble y lo más aberrante de la época en la que vivimos, es que el Congreso, la Corte Suprema, los gobernadores y los miembros del gabinete presidencial de EU aguanten que semejante energúmeno ocupe el cargo más peligroso de la tierra, que no le hayan destituido por el bien de su país y el de la humanidad; que no hayan recurrido a la Constitución o al sentido común o a lo que sea para forzar su salida; que no hayan seguido la lógica del senador del partido republicano que dijo la semana pasada, como respuesta a aquel grotesco tuit presidencial contra los dos periodistas: “Pare. Por favor pare ya”.
Lo más increíble no es que Trump soltara otra tuitorreada de adolescente trastornado la semana pasada, escupiendo sangre y bilis contra una pareja de presentadores de televisión. Ni que el lunes el comandante en jefe de EU recurriera a una ofensiva gorilesca en su guerra santa contra la CNN.
Lo más increíble no es que Trump degrade la dignidad de su cargo, la de su país y la de su lengua cada vez que convierte sus impulsos en palabras. Lo más increíble no es, como detalló The New York Times, que haya dicho más de cien mentiras en los cinco meses pasados desde su investidura.
Lo más increíble no es que sus extranjeros favoritos sean déspotas rusos, filipinos o saudíes. Lo más increíble no es que el presidente de EU sea el líder más raro del planeta, con la posible excepción del de Corea del Norte.
Lo más increíble no es que la totalidad de sus conocimientos del mundo cabrían cómodamente dentro de una lata de Coca-Cola. Lo más increíble no es que cuando el hombre más poderoso del planeta se reúna esta semana con los líderes del G20 en Hamburgo él será, de lejos, el más bobo y el más irresponsable de la clase.
Todo esto lo saben perfectamente bien Angela Merkel, Emmanuel Macron, Vladímir Putin y Xi Jinping. Lo saben ustedes, queridos lectores. Lo sabe la gran mayoría de los miembros del Congreso norteamericano, los jueces de la Corte Suprema, los gobernadores de los 50 Estados. Lo tienen que saber también los miembros de su gabinete, obligados todos a tratarle como un niño malcriado, o un perro rabioso, o un loco rey feudal.

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